«Robert-Houdin
la miró con rostro serio. A continuación, tiró del puño de su chaqueta y, al
instante, el mago hizo aparecer una moneda dorada entre sus dedos, y luego
otra, y otra y así hasta cinco o seis que después sostuvo en la palma de la
mano. A continuación, se quitó el sombrero de chistera que llevaba puesto y las
depositó, con sumo cuidado, en su interior.
-¡Bravo!
–Palmoteó la chica. –Quiero que saque más, muchas más.
El mago esbozó una sonrisa que ensanchó su
perfilado bigote. Introdujo su mano dentro de la chistera.
-Muy
bien, señorita. Haré que este sombrero rebose en monedas de oro, pero para
lograrlo debo de pronunciar las palabras mágicas.
-Sí, sí, dígalas y así yo también me las
aprenderé. –le respondió la muchacha.
-¡Imposible! Sólo yo puedo decirlas, así que
nadie, que no sea mago como yo, puede repetirlas.
Con
gran contundencia, el famoso Robert-Houdin, había cambiado su semblante amable
por el de la seriedad para intentar impresionar a la joven.
-Pues,
entonces tendrá que enseñarme a ser maga también porque yo quiero hacer esos
juegos tan divertidos que usted hace. –Insistió la muchacha que le sostuvo la
mirada.»
-A
Benita Anguinet, la gran prestidigitadora que triunfaba en los escenarios de
los espectáculos de magia de toda Europa, le gustaba contar este pequeño relato
como explicación a su oficio inicio como prestidigitadora. Entre sus
seguidores, en más de una ocasión, se había producido la controversia de si era
cierto aquella historia o, por el contrario, sólo se trataba de una invención
propia de su gran imaginación. Algunos le creían, otros ponían alguna que otra
objeción a sus distintas versiones, pero, en el fondo, todos, incluidos los
escépticos, le concedían un margen de credulidad a tan fantástica forma de
explicar el motivo por el que se dedicaba a trabajar como artista en
espectáculos sólo reservados para los hombres.
-¡Es
fantástica esa historia! –Exclamó Marta. -¿Dónde la has encontrado?
-Bueno,
es una recreación que ido haciendo de los documentos que he encontrado sobre la
artista Benita Anguinet. –Le respondió el muchacho quien se dio mucha prisa por
sorber el resto del café que había en su taza.
-Si
es una recreación no podrás presentarlo como un documento serio. –Insistió
Marta que dejó de sonreír y le miró con seriedad.
-Tampoco
quiero presentarlo así. Te lo he contado para que te hicieses una idea de quién
es la prestidigitadora del siglo XIX sobre la que estoy investigando.
Durante
unos instantes, Marta, le observó, con una mirada escéptica que mostraba suspicacia
sobre lo que le había contado hasta ese momento.
-Entonces…
-Entonces
veo que no crees nada de lo que te he contado. –Le interrumpió el muchacho.
-Voy
a serte sincera. Tengo mis dudas. –Le respondió Marta. –Todo debe de ser
sustentado con unos documentos que prueben lo que puede ser una mera
especulación.
-Los
tengo. –Insistió el chico. –Te los mostraré y, entonces me creerás.
Hola!que lindo volver a leerlo.es muy... mágico! Y tu siempre sacando palabras de la galera.felicitaciones y saludosbuhos.
ResponderEliminarGracias amigas.
ResponderEliminarHe tenido una temporada donde, por varios motivos, no he podido escribir, así que vuelvo poco a poco. Estoy revisando esta historia con la intención de terminarla. A ver si lo consigo. Gracias por estar ahí.
Un abrazo amigas.