lunes, 22 de abril de 2019

EL GRABADO DE BENITA ANGUINET 02


-A Benita Anguinet le gustaba comer. Aquella mujer se rodeaba de viandas de todas las índoles. Esas ambrosías constituían uno de sus mayores placeres. Tenía la costumbre de dar buena cuenta de una copiosa comida antes de cada espectáculo. En el escenario repartía dulces entre el público para poder comer alguno que otro ella misma y, cuando terminaba su actuación, en el hostal donde se hospedaba le esperaba una gran ración de pasteles.
-¡Vaya! Entonces no se preocupaba por su aspecto. –Comentó Marta con tono jocoso.
 -Todo al contrario, las mujeres regordetas y obesas eran el modelo ideal de los hombres del siglo XIX. Las delgadas y pálidas no tenían tanto éxito entre los caballeros que deseaban la abundancia de carnes.
 -¡Cómo cambian los cánones con el paso del tiempo! –Exclamó.
 -«La carne sobre el hueso reluce más que un espejo.» –Recitó, el muchacho, casi con los ojos cerrados.
 -Jejeje, buen refrán. Pero cuéntame más cosas de Benita. Me tiene intrigada esa mujer maga que tanto éxito parecía tener en los escenarios franceses.
 -No sólo en los franceses, sino que también triunfó en Portugal y en España.
 -¿En serio? ¿En España la aceptaban como maga?
 -¡Claro! A esta ciudad vino varias temporadas. Actuó en el Teatro de la Princesa de Valencia con un espectáculo llamado: «Los misterios de Satanás.»
 -¡Ohhhh!
 -El plumero mágico, El genio, La espada de Satanás….
-¡Vaya! ¡Qué títulos! Debió de ser toda una provocadora de la escena. Me hubiese gustado verla actuar. –Bromeó Marta.
 -En su repertorio tenía un número fundamental titulado «La hora en Pekín». El truco consistía en adivinar la hora que pensaba un espectador, al azar, y que ella lograba que apareciese marcada en el reloj que estaba suspendido en el aire, en medio del escenario, y a la vista de todos los espectadores sin tocarlo.
 -¡Qué interesante! Pero espero que esto no sea sólo una recreación tuya, sino que tengas algún documento que lo confirme. ¿Tienes más información sobre ella? –Marta había cambiado su tono jocoso por la seriedad que solía tomar en su trabajo de archivera.
-Sí, estoy completando su biografía. No creas que eso que te he contado es un producto de mi imaginación. Tengo algunos documentos en mi casa y un grabado. ¿Quieres verlo?
 -¡Por supuesto! Un grabado siempre es un documento tangible. Tengo mucha curiosidad por ver qué aspecto tenía la tal prestidigitadora.
Tanto Marta como el joven, que le había estado contando toda esa información sobre la artista de los escenarios del siglo XIX, se dieron prisa por salir de la cafetería.
-Mi casa está muy cerca de aquí. –Le dijo el muchacho. –Ha sido una gran casualidad que, después de tantos años, hayamos coincidido en el autobús.
-Sí, la verdad sea dicha que no esperaba encontrarte aquí, en Valencia. Creía que habrías regresado a tu tierra extremeña. –Le respondió Marta mientras se ponía la chaqueta.
-No, no entraba en mis planes. Ya sabes que mi familia vivía aquí. –Le explicó el muchacho mientras pagaba la cuenta en la caja. –Me gusta la ciudad y, aunque he vivido fuera, siempre tenía el plan de regresar aquí para establecerme.
Marta y el muchacho salieron de la cafetería.
-Vivo a unas manzanas de aquí. –Le indicó el muchacho. –Vamos y te mostraré algunos documentos y el grabado de Benita.
-¿Cómo es que te has interesado por esta artista del siglo XIX? –Le preguntó Marta mientras caminaban a paso rápido.
 -Fue por culpa de don Benito.
 -¿Don Benito? –Le preguntó interesada.
 -Benito Pérez Galdós, para los amigos. –Sonrió. –En una de sus novelas de los Episodios Nacionales, el escritor narra la impresión y satisfacción que le provocó el espectáculo de esta increíble artista. Te leeré el fragmento cuando lleguemos a mi casa.
Recorrieron unas cuantas calles hasta que se detuvieron ante el portal de una finca antigua del centro de la ciudad. Se tanteó los bolsillos como si pretendiese encontrar algo perdido.
-¡Vaya! Me he vuelto a dejar las llaves. ¡Soy un auténtico desastre! A ver si tenemos suerte y el portero se encuentra en su garita.
Zarandeó la puerta que se abrió con facilidad. Subieron unos escalones y se dirigieron hacia una pequeña cabina donde un hombre mayor dormitaba. El muchacho golpeó con los nudillos el cristal de la puertecita y, al instante, el hombre, de aspecto avejentado, se incorporó.
-Paco, lo siento. Me he vuelto a dejar las llaves. –Gimoteó el muchacho.
-Con lo despistado que es seguro que algún día se quedará en la calle. –Le respondió el hombre con cierto tono rudo.
-¿Qué sería de mí sin tu ayuda? –Le dijo el muchacho que le palmeó el hombro. –Te presento a mi amiga Marta. Estudiamos juntos en la Universidad y hacía muchísimos años que no nos veíamos.
Marta alargó la mano hacia aquel hombre que no pareció entender el saludo y que, en vez de corresponderle, se llevó la mano a la cabeza como forma de respuesta.
-Abre la puerta también, Paco. –Le insistió el muchacho al ver que éste se había detenido indeciso.
-Sí, será mejor que lo haga con mis llaves maestras porque si se las doy también las perderá.
Subieron las escaleras hasta un segundo piso. El portero abrió, pero se marchó sin esperar que le diesen las gracias.
-Disculpa el desorden. En realidad, no estoy acostumbrado a recibir muchas visitas. –Dijo el muchacho cuando entraron en el piso.
 -No te preocupes. No te lo voy a ordenar. Sólo he venido para que me enseñes el grabado y los documentos que tienes de Benita Anguinet.
Lo que más llamó la atención a Marta de aquella casa era la cantidad de cajas de cartón que había por todas partes. Las había llenas y otras vacías.
-Hace pocos meses que me he mudado a este piso y todavía no he tenido tiempo de ordenar mis cosas. Voy sacándolas poco a poco según las necesidades. –Le dijo mientras esbozaba una sonrisa. –En mi habitación de trabajo no tengo tanto desorden. Aunque no lo parezca soy muy metódico.
Tomó la mano de Marta y la arrastró hacia una habitación que tenía la puerta entreabierta. La empujó y ambos se quedaron sorprendidos. Todo estaba revuelto. Era como si alguien hubiese estado buscando algo con mucha prisa por encontrarlo y sin ningún miramiento. El muchacho corrió hacia su mesa. Apartó unas cuantas hojas y libros y exclamó.
-El grabado de Benita ha desaparecido.

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