miércoles, 1 de mayo de 2019

LA DENUNCIA DEL ROBO DEL GRABADO DE BENITA ANGUINET. 03


Con la llegada de la policía, en toda la escalera del edificio se organizó un gran revuelo. El portero de la finca tuvo que organizar a todos los curiosos como si de una excursión se tratase.
-Calma, señores, calma, sólo ha sido un pequeño hurto. –Vociferaba orgulloso de sentirse autorizado a ser el árbitro de lo que parecía ser un conflicto de patio. –No se preocupen que mañana les explicaré a cada uno lo que ha ocurrido. Ahora márchense todos a casa que la policía debe de hacer su trabajo.
Una vez se escondieron todos, el policía de más edad y que semejaba tener más experiencia en temas de robos de pisos inició su interrogatorio.
-¿Cuándo se dio cuenta de que había perdido las llaves? ¿Señor…?
-Me llamo Norberto –Le contestó apresuradamente el muchacho.
-Norberto ¿qué más? –Insistió el policía que había abierto una carpeta de dónde sacó unos formularios. –Dígame sus apellidos y así voy tomando nota para el informe.
El otro policía que era mucho más joven que el que realizaba las preguntas comenzó a pasearse por el comedor mirando las cajas de cartón que se hacinaban sobre las sillas y mesa de comedor.
-Disculpen el desorden, pero hace poco que me he mudado a este piso y todavía no he terminado de colocar todas mis cosas en su sitio. –Les indicó Norberto que comenzaba a estar inquieto al ver al policía husmeando entre sus cosas.
-El portero nos ha dicho que usted lleva aquí casi un año. –Le replicó el policía más mayor que le miraba fijamente.
-Bueno, sí, pero como vivo solo no me importa el desorden y voy sacando las cosas según las voy usando. La verdad sea dicha que trabajo muy poco en casa.
El policía joven continuó mirando en el interior de las cajas. Cada ida y venida que hacía provocaba el aumento de la inquietud de Norberto que angustiado le seguía con la mirada.
-¿Y dice usted que no había notado nada extraño en el vecindario? –Le preguntó el policía que rellenaba el formulario. -¿Está seguro de que nadie le ha seguido estos últimos días? –Insistió mientras se rascaba la coronilla con el capuchón del bolígrafo.
-No, no he notado nada extraño. –Le contestó Norberto. –Mi vida es muy monótona y vulgar.
-No crea que es el único, caballero ¡Todos tenemos una vida corriente! –Insistió el policía que continuaba rascándose el cráneo con energía. –Se lo decía por si ha ocurrido algo extraordinario en estos últimos días, algo que le haya llamado la atención, alguna carta, o visita o alguna persona que se hubiese cruzado estos últimos días en su vida sin esperarlo. ¿Le ha contado a alguien que tenía ese grabado de gran valor? Piénselo bien. Puede que, sin querer, haya cometido una indiscreción con la persona equivocada. Debemos de reducir el número de sospechosos y, por regla general, cuando ocurre un hurto de este tipo suelen ser los más próximos al entorno de cada uno los que lo efectúan.
Por unos instantes, el muchacho se mantuvo pensativo y, a continuación, cambió la expresión de su cara.
-Pues ahora que lo dice usted, sí que ha entrado una nueva persona en mi círculo habitual.
-Ve como siempre hay algo nuevo. ¿De quién se trata? –Interesado le preguntó el policía.
-De ella. –Y señaló a Marta con el dedo.
El policía miró a la chica con cara interrogativa como queriendo arrancarle una confesión al instante. Marta, sorprendida por la contestación del muchacho, los miró a ambos de hito en hito y exclamó:
-¡Estáis de broma! ¿verdad? –Dijo sin poder salir de su asombro.
-¿Fue una casualidad el que nos encontrásemos el martes pasado o lo tenías todo preparado de antemano? –Le preguntó Norberto con mirada inquisitiva.
Cuando Marta iba a repicarle con cierto enfado por la duda mostrada por el muchacho, el otro policía, que no había dejado de revolver entre las cajas que había por todo el comedor, gritó:
-¡Las encontré!
Y mostró un manojo de llaves.
-Sí, son las mías. –Respondió Norberto.
-Me pregunto cómo habrán podido terminar en el interior de esa caja.
El policía más mayor, que no cesaba de rascarse la coronilla con el capuchón del bolígrafo, se acercó hasta su compañero y observó el manojo de llaves.
-Por favor, compruebe que se encuentran todas sus llaves. –Le indicó el policía.
Norberto las tomó y separándolas una a una respondió:
-No, falta la llave de la puerta de la entrada del piso.
Los dos policías miraron primero a Norberto y, a continuación, a Marta que todavía no se había recuperado del asombro ante la acusación de su supuesto amigo.
-Señorita, me veo en la obligación de tener que tomarle declaración. –Le dijo el policía con tono serio.
-¡Esto es absurdo! –Insistió Marta. –Yo no tenía ni idea de quién era Benita Anguinet hasta que él me ha contado algunos detalles de su vida y, es más, ha sido él el que me ha invitado a venir a su casa para enseñarme el supuesto grabado de la artista maga. ¿De dónde ha salido la idea tan descabellada de que yo sea la autora del robo?
-Por supuesto que no has podido ser tú. –Respondió Norberto. –No has tenido ninguna oportunidad porque has estado toda la mañana conmigo. Ni que fueses una prestidigitadora y pudieses aparecer y desaparecer como lo hacía la encantadora Benita.
-Entonces, ¿por qué me has acusado? –Le respondió Marta con tono áspero.
-No, yo no pretendía… verás… es que eres la única persona nueva que he conocido estos días y como el señor policía me ha preguntado por alguna novedad he pensado que …
-Bueno, bueno, no se pongan nerviosos que esto no tiene tanta importancia. –Dijo el policía mayor con tono conciliador. –Caballero, usted firme la denuncia y, usted, señorita, tendrá que darnos sus datos y dirección y todo arreglado.
-¿Van a detenerme? –Preguntó Marta con tono enfadado.
-No, por supuesto que no. Sólo será un mero trámite. –Insistió el policía. –Pero tendrá que acompañarnos a la comisaría.
-¿Ahora?
-Sí, ahora.
El policía le hizo un gesto para que les precediese.
-Por favor…
Cuando Marta salió de la comisaría casi ni se despidió de aquel imbécil al que había considerado, por un instante, como una persona agradable.
-Marta, espera… yo no pretendía echarte la culpa de …
Por mucho que Norberto le gritó ella no se volvió para mirarle y continuó andando en dirección contraria a la de aquel impresentable que le había involucrado en un supuesto robo.
Llegó a casa de malhumor y con la sensación de haber sido víctima de una broma pesada. Cerró la puerta de un golpe. Lanzó el bolso sobre el sofá con tal ímpetu y rabia que éste rebotó en el asiento. Del impacto cayó abierto boca abajo. Lo que llevaba dentro salió disparado contra el suelo.
-¡Lo que faltaba! –Gritó.
Se arrodilló para recoger las cosas esparcidas y fue cuando se percató de que había un paquete sobre la mesita del comedor. Lo habían envuelto con papel fuerte y resistente para proteger algo frágil. Debía de proceder de una empresa de reparto rápido. En el centro del paquete ponía su nombre y dirección. Marta lo tomó entre sus manos y lo sopesó. Le dio la vuelta y comprobó si llevaba escrito algún remitente. Nada, no había nada que diese una pista de su procedencia.
Dudó de si debía abrirlo o no y, en ese instante, sonó el timbre de la puerta provocándole un sobresalto. Instintivamente tomó el paquete y lo escondió debajo de uno de los cojines del sofá. Miró por la mirilla. Abrió la puerta.
-Hola, doña Marta. ¿Ha visto el paquete? –Le preguntó el portero con gran familiaridad. –No cabía en el buzón. Ya sabe usted que hago muchos mandados. Como a veces no la veo pasar cuando regresa del trabajo, me pareció más correcto dejarlo dentro de su casa.
El portero era un hombre de mediana edad, con el pelo blanco y aspecto descuidado. Solía vestir un mono de trabajo de color azul. Al hablar arrastraba las sílabas finales de cada palabra confiriéndoles una musicalidad como si estuviese interpretando un personaje en un escenario
-Gracias, Mateo. Termino de entrar en casas y no he tenido tiempo de ver nada. –Le contestó Marta con tono evasivo. –Ahora mismo lo abro. ¿Le han dejado alguna carta más o alguna indicación de quién lo enviaba? –Le preguntó intentando mostrar un tono despreocupado con la intención de disimular la incertidumbre que sentía ante el envío.
-Pues, no, no han dejado ninguna carta sólo que, el repartidor, me dijo el nombre de la persona que se lo enviaba.
-¡Ah! ¿Y lo recuerda? –Le preguntó intentando no demostrar mucho interés.
-Sí, claro que sí. Lo tengo apuntado en mi libreta de notas.
El portero extrajo de uno de los bolsillos de su mono un bloquecito muy manoseado y, con gran agilidad, pasó las hojas con un solo dedo.
-Aquí está. Se lo envía una tal Mademoiselle Anguinet. Digo yo que con ese nombre debe de tratarse de una mujer francesa ¿no?
-¡Ah! Sí, ya sé de quién se trata. –Le contestó Marta intentando disimular su estupor. –Muchas gracias por todo, Mateo. Nos vemos mañana.
Casi lo empujó para poder quedarse a solas. Cerró la puerta tras de él y corrió a rescatar el paquete de debajo del cojín del sofá. Lo abrió y ante sus ojos apareció lo que parecía ser un grabado. 

2 comentarios:

  1. ¡Hola Francisca! Ay madre que nos tienes super enganchada con Benita Anguinet.

    Besos :D

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    Respuestas
    1. Hola Margarita,
      Siento el retraso de estas últimas semanas, pero no podía acudir a tantos frentes como tenía abiertos. Prometo continuar con Benita hasta el final. Muchas gracias por leer mis relatos y animarme a continuar con ellos. Un abrazo.

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