Con
la llegada de la policía, en toda la escalera del edificio se organizó un gran
revuelo. El portero de la finca tuvo que organizar a todos los curiosos como si
de una excursión se tratase.
-Calma,
señores, calma, sólo ha sido un pequeño hurto. –Vociferaba orgulloso de sentirse
autorizado a ser el árbitro de lo que parecía ser un conflicto de patio. –No se
preocupen que mañana les explicaré a cada uno lo que ha ocurrido. Ahora
márchense todos a casa que la policía debe de hacer su trabajo.
Una
vez se escondieron todos, el policía de más edad y que semejaba tener más
experiencia en temas de robos de pisos inició su interrogatorio.
-¿Cuándo
se dio cuenta de que había perdido las llaves? ¿Señor…?
-Me
llamo Norberto –Le contestó apresuradamente el muchacho.
-Norberto
¿qué más? –Insistió el policía que había abierto una carpeta de dónde sacó unos
formularios. –Dígame sus apellidos y así voy tomando nota para el informe.
El
otro policía que era mucho más joven que el que realizaba las preguntas comenzó
a pasearse por el comedor mirando las cajas de cartón que se hacinaban sobre
las sillas y mesa de comedor.
-Disculpen
el desorden, pero hace poco que me he mudado a este piso y todavía no he
terminado de colocar todas mis cosas en su sitio. –Les indicó Norberto que
comenzaba a estar inquieto al ver al policía husmeando entre sus cosas.
-El
portero nos ha dicho que usted lleva aquí casi un año. –Le replicó el policía
más mayor que le miraba fijamente.
-Bueno,
sí, pero como vivo solo no me importa el desorden y voy sacando las cosas según
las voy usando. La verdad sea dicha que trabajo muy poco en casa.
El
policía joven continuó mirando en el interior de las cajas. Cada ida y venida
que hacía provocaba el aumento de la inquietud de Norberto que angustiado le
seguía con la mirada.
-¿Y
dice usted que no había notado nada extraño en el vecindario? –Le preguntó el
policía que rellenaba el formulario. -¿Está seguro de que nadie le ha seguido
estos últimos días? –Insistió mientras se rascaba la coronilla con el capuchón
del bolígrafo.
-No,
no he notado nada extraño. –Le contestó Norberto. –Mi vida es muy monótona y
vulgar.
-No
crea que es el único, caballero ¡Todos tenemos una vida corriente! –Insistió el
policía que continuaba rascándose el cráneo con energía. –Se lo decía por si ha
ocurrido algo extraordinario en estos últimos días, algo que le haya llamado la
atención, alguna carta, o visita o alguna persona que se hubiese cruzado estos
últimos días en su vida sin esperarlo. ¿Le ha contado a alguien que tenía ese
grabado de gran valor? Piénselo bien. Puede que, sin querer, haya cometido una
indiscreción con la persona equivocada. Debemos de reducir el número de
sospechosos y, por regla general, cuando ocurre un hurto de este tipo suelen
ser los más próximos al entorno de cada uno los que lo efectúan.
Por
unos instantes, el muchacho se mantuvo pensativo y, a continuación, cambió la
expresión de su cara.
-Pues
ahora que lo dice usted, sí que ha entrado una nueva persona en mi círculo
habitual.
-Ve
como siempre hay algo nuevo. ¿De quién se trata? –Interesado le preguntó el
policía.
-De
ella. –Y señaló a Marta con el dedo.
El
policía miró a la chica con cara interrogativa como queriendo arrancarle una
confesión al instante. Marta, sorprendida por la contestación del muchacho, los
miró a ambos de hito en hito y exclamó:
-¡Estáis
de broma! ¿verdad? –Dijo sin poder salir de su asombro.
-¿Fue
una casualidad el que nos encontrásemos el martes pasado o lo tenías todo
preparado de antemano? –Le preguntó Norberto con mirada inquisitiva.
Cuando
Marta iba a repicarle con cierto enfado por la duda mostrada por el muchacho,
el otro policía, que no había dejado de revolver entre las cajas que había por
todo el comedor, gritó:
-¡Las
encontré!
Y
mostró un manojo de llaves.
-Sí,
son las mías. –Respondió Norberto.
-Me
pregunto cómo habrán podido terminar en el interior de esa caja.
El
policía más mayor, que no cesaba de rascarse la coronilla con el capuchón del
bolígrafo, se acercó hasta su compañero y observó el manojo de llaves.
-Por
favor, compruebe que se encuentran todas sus llaves. –Le indicó el policía.
Norberto
las tomó y separándolas una a una respondió:
-No,
falta la llave de la puerta de la entrada del piso.
Los
dos policías miraron primero a Norberto y, a continuación, a Marta que todavía
no se había recuperado del asombro ante la acusación de su supuesto amigo.
-Señorita,
me veo en la obligación de tener que tomarle declaración. –Le dijo el policía
con tono serio.
-¡Esto
es absurdo! –Insistió Marta. –Yo no tenía ni idea de quién era Benita Anguinet
hasta que él me ha contado algunos detalles de su vida y, es más, ha sido él el
que me ha invitado a venir a su casa para enseñarme el supuesto grabado de la
artista maga. ¿De dónde ha salido la idea tan descabellada de que yo sea la
autora del robo?
-Por
supuesto que no has podido ser tú. –Respondió Norberto. –No has tenido ninguna
oportunidad porque has estado toda la mañana conmigo. Ni que fueses una
prestidigitadora y pudieses aparecer y desaparecer como lo hacía la encantadora
Benita.
-Entonces,
¿por qué me has acusado? –Le respondió Marta con tono áspero.
-No,
yo no pretendía… verás… es que eres la única persona nueva que he conocido estos
días y como el señor policía me ha preguntado por alguna novedad he pensado que
…
-Bueno,
bueno, no se pongan nerviosos que esto no tiene tanta importancia. –Dijo el
policía mayor con tono conciliador. –Caballero, usted firme la denuncia y,
usted, señorita, tendrá que darnos sus datos y dirección y todo arreglado.
-¿Van
a detenerme? –Preguntó Marta con tono enfadado.
-No,
por supuesto que no. Sólo será un mero trámite. –Insistió el policía. –Pero
tendrá que acompañarnos a la comisaría.
-¿Ahora?
-Sí,
ahora.
El
policía le hizo un gesto para que les precediese.
-Por
favor…
Cuando
Marta salió de la comisaría casi ni se despidió de aquel imbécil al que había
considerado, por un instante, como una persona agradable.
-Marta,
espera… yo no pretendía echarte la culpa de …
Por
mucho que Norberto le gritó ella no se volvió para mirarle y continuó andando en
dirección contraria a la de aquel impresentable que le había involucrado en un
supuesto robo.
Llegó
a casa de malhumor y con la sensación de haber sido víctima de una broma
pesada. Cerró la puerta de un golpe. Lanzó el bolso sobre el sofá con tal
ímpetu y rabia que éste rebotó en el asiento. Del impacto cayó abierto boca
abajo. Lo que llevaba dentro salió disparado contra el suelo.
-¡Lo
que faltaba! –Gritó.
Se
arrodilló para recoger las cosas esparcidas y fue cuando se percató de que
había un paquete sobre la mesita del comedor. Lo habían envuelto con papel
fuerte y resistente para proteger algo frágil. Debía de proceder de una empresa
de reparto rápido. En el centro del paquete ponía su nombre y dirección. Marta
lo tomó entre sus manos y lo sopesó. Le dio la vuelta y comprobó si llevaba
escrito algún remitente. Nada, no había nada que diese una pista de su
procedencia.
Dudó
de si debía abrirlo o no y, en ese instante, sonó el timbre de la puerta
provocándole un sobresalto. Instintivamente tomó el paquete y lo escondió
debajo de uno de los cojines del sofá. Miró por la mirilla. Abrió la puerta.
-Hola,
doña Marta. ¿Ha visto el paquete? –Le preguntó el portero con gran familiaridad.
–No cabía en el buzón. Ya sabe usted que hago muchos mandados. Como a veces no
la veo pasar cuando regresa del trabajo, me pareció más correcto dejarlo dentro
de su casa.
El
portero era un hombre de mediana edad, con el pelo blanco y aspecto descuidado.
Solía vestir un mono de trabajo de color azul. Al hablar arrastraba las sílabas
finales de cada palabra confiriéndoles una musicalidad como si estuviese
interpretando un personaje en un escenario
-Gracias,
Mateo. Termino de entrar en casas y no he tenido tiempo de ver nada. –Le
contestó Marta con tono evasivo. –Ahora mismo lo abro. ¿Le han dejado alguna
carta más o alguna indicación de quién lo enviaba? –Le preguntó intentando
mostrar un tono despreocupado con la intención de disimular la incertidumbre
que sentía ante el envío.
-Pues,
no, no han dejado ninguna carta sólo que, el repartidor, me dijo el nombre de
la persona que se lo enviaba.
-¡Ah!
¿Y lo recuerda? –Le preguntó intentando no demostrar mucho interés.
-Sí,
claro que sí. Lo tengo apuntado en mi libreta de notas.
El
portero extrajo de uno de los bolsillos de su mono un bloquecito muy manoseado
y, con gran agilidad, pasó las hojas con un solo dedo.
-Aquí
está. Se lo envía una tal Mademoiselle
Anguinet. Digo yo que con ese nombre debe de tratarse de una mujer francesa
¿no?
-¡Ah!
Sí, ya sé de quién se trata. –Le contestó Marta intentando disimular su
estupor. –Muchas gracias por todo, Mateo. Nos vemos mañana.
Casi
lo empujó para poder quedarse a solas. Cerró la puerta tras de él y corrió a
rescatar el paquete de debajo del cojín del sofá. Lo abrió y ante sus ojos
apareció lo que parecía ser un grabado.
¡Hola Francisca! Ay madre que nos tienes super enganchada con Benita Anguinet.
ResponderEliminarBesos :D
Hola Margarita,
EliminarSiento el retraso de estas últimas semanas, pero no podía acudir a tantos frentes como tenía abiertos. Prometo continuar con Benita hasta el final. Muchas gracias por leer mis relatos y animarme a continuar con ellos. Un abrazo.