«Conservar
un grabado es algo muy delicado. Se debe de tener en cuenta cuáles son los
agentes que pueden afectarle hasta dañarlo, por lo que deben tomarse las
precauciones oportunas de protección contra la temperatura, la humedad y la
luz, entre otros agentes externos perjudiciales. Si no se toman estas medidas
de precaución los daños serían irreparables hasta poder producirle la destrucción.
Una buena práctica para resguardar un grabado es la de enmarcarlo y
resguardarlo tras un cristal. Y por supuesto, algo muy importante es protegerlo
de la luz directa, así como de las fuentes de calor que hagan oscilar la
temperatura en su entorno.»
En
la cabeza de Marta se agolpaban los principios de conservación. Lo contemplaba
como si se tratase de un material propio del archivo histórico donde ella trabajaba.
No podía dejar de pensar en cómo mantener aquel valioso grabado libre de cualquier
ataque o erosión, sin sopesar los problemas que le acarrearía si alguien se
enterara de su misteriosa llegada a su casa y, sobre todo, por el conflicto que
había vivido en casa de Norberto. Lo observó durante un buen rato. La figura
central era una mujer vestida con ropas propias del siglo XIX. Llevaba un traje
muy escotado y sin mangas. En su mano derecha sostenía lo que parecía ser una
varita mágica y con la otra mostraba algunos objetos distribuidos a su
alrededor. Aquel lugar semejaba ser un salón elegantemente decorado con
cortinas y numerosos muebles. Había varias mesillas junto a una mesa mucho más
grande con candelabros, velas, copas y frascos. En una de ellas destacaba era
una gran campana. La mujer señalaba a un
objeto concreto que era un gran reloj que parecía suspendido en el aire. Por la
cantidad de artilugios bien podía tratarse de la actriz que mostraba los
objetos con los que interactuaba en sus espectáculos. Marta miró con
detenimiento la inscripción que tenía el grabado casi escondida por el marco y
que indicaba, en español, «Teatro de
prestidigitación Madamoiselle Anguinet.»
Por
un instante, tanto la sorpresa, como el estupor y la indignación se adueñaron
de Marta. Todo apuntaba a que el paquete contenía el grabado robado de la maga
Benita Anguinet. Alguien pretendía implicarle en algo muy serio y peligroso, pero
quién podría ser y por qué le había elegido a ella. Lo dejó sobre la mesa. Lo
contempló durante unos minutos sin saber muy bien qué hacer con él. Por su cabeza
se desgranaban varias opciones, pues, si llamaba a la policía y les decía que
lo había encontrado en su casa se vería involucrada en el robo denunciado y si
no lo hacía sólo le quedaba la otra opción que era la de tener que avisar al
imbécil de Norberto, un personaje que desconfiaba de ella y, lo más probable sería
que volviese a meterla en más barullos policiales. Se imaginó la cara que
pondría si se lo decía. Seguramente volvería a acusarla de ser la ladrona del
grabado.

Sintió
que se le acababa la paciencia, porque, sin duda alguna, todo debía de ser obra
de algún gracioso que, por lo visto, pretendía urdir un complot contra ella,
pensó que ya se estaba tomando demasiadas molestias para implicarle en lo que
ya eran varios delitos. Marta tomó la nota y el grabado y los dejó sobre la
mesita de noche junto a su cabecera. Su enfado aumentaba por momentos. Aquello
se había convertido en una situación muy desagradable para ella. Se dispuso a
acostarse. Apagó la luz de su cuarto y cerró los ojos. Se ladeó para darle la
espalda al grabado. Apretó los párpados intentando dormirse, aunque, se
encontraba tan excitada que su empeño por lograrlo parecía ser inútil. En su
cabeza no dejaba de dar vueltas la situación en la que se había visto implicada
y eso todavía le ponía más nerviosa. Dio varias vueltas en la cama hasta que,
poco a poco, el sueño le fue venciendo hasta lograr adormilarle cuando, de
repente, el sonido de un golpe seco, le sobresaltó. Se incorporó. Encendió la
luz. Miró alrededor de la habitación buscando la causa de lo que pudiese haber realizado
el estruendo. No encontró nada por lo que pensó que alguien habría lanzado una
piedra o un objeto duro contra el cristal de su ventana, pero, aparentemente ésta
no tenía ningún cristal roto. Instintivamente volvió la cabeza hacia la mesilla
de noche donde hacía un momento que había dejado el grabado de la maga Benita,
pero éste ya no estaba allí. Había desaparecido y en su lugar, junto a la nota
manuscrita que había descubierto entre el marco y el grabado, se encontraba un
naipe. La carta era el As de corazones.
Que hermoso y mágico! Soñamos con tus palabras.gracias.dos abrazos!
ResponderEliminarHola amigas,
EliminarMuchas gracias por su fidelidad y cariño. El próximo saldrá a finales de semana. Espero que les guste también. Un abrazo.