domingo, 12 de mayo de 2019

NÚMERO MÁGICO DE LA JOVEN BENITA. 05


-Damas y caballeros, sólo les pido un poco de atención.
El murmullo subía y, por momentos, aquello se iba convirtiendo en un griterío. Los espectadores del teatro hablaban entre ellos sin prestar ninguna atención a lo que ocurría en el escenario. La ágil muchacha se movía de un lado a otro intentando captar su interés.
-Damas y caballeros –Repitió con tono más alto. –Mírenme, por favor. –Imploraba la artista. –Observen estas cartas. Quiero que las miren.
La joven movía los naipes entre sus diminutos dedos con gran agilidad.
-Rica, déjate de cartas. Lo que tienes que hacer es divertirnos. –Le gritó un espectador. -Haz algún número musical y, al mismo tiempo, nos enseñas algo que no hayamos visto ya.
Aquel hombre, de voz aguardentosa, que estaba sentado en la segunda fila del patio de butacas, vociferaba y le hacía gestos soeces a la artista. Con cada gesto suyo las risas y las palmas, de los que se encontraban a su alrededor, aumentaban. La actuación de la prestigiosa maga francesa, Benita Anguinet, comenzaba a tomar un cariz de auténtico desastre. Sin embargo, cuando parecía que la intención del bronco espectador terminaría por desbaratar el espectáculo de la prestidigitadora, algo insólito ocurrió. La puerta entreabierta del patio de butacas dio paso a una corriente de aire frío que removió en sus localidades a todos los espectadores. La maga Anguinet, que no cesaba de mover la baraja en su mano, se detuvo en medio del escenario.
Aquella ráfaga de aire fresco, sin saber muy bien por qué, logró el silencio de todos. La artista, con los brazos en jarras y el ceño fruncido, miró fijamente al deslenguado espectador. Durante unos segundos, ella no dijo nada ni realizó ningún gesto. Al instante, la joven maga, dejó la baraja sobre una mesa y tomó una varita de sabina que había depositada allí. Apuntó directamente hacia el maleducado espectador y le gritó:
-Quiero que te comportes como lo que eres realmente: un asno. Rebuznarás y darás un par de coces a tu compañero de la butaca de delante para que todos puedan comprobar tu verdadera personalidad.
La voz de la joven atronó y se proyectó por todos los rincones del teatro como si un eco alargase sus palabras. A continuación, el silencio se rompió por el sonido de un relincho. Lo había proferido el provocador espectador que, al abrir la boca para intentar replicar a la maga, lo único que logró emitir fue el gutural sonido que Benita Anguinet le había ordenado que pronunciase. Algunos de los que se encontraban a su alrededor, creyeron que el espectador continuaba bromeando. Otros pensaron que se trataba de un plan urdido entre el increpador y la maga para hacer más real su número de magia, sin embargo, cuando observaron su rostro vieron los esfuerzos infructuosos de éste por poder pronunciar alguna palabra, comprendieron que no era una broma del ofensivo espectador, sino que se había cumplido la orden de la maga. Intentaba hablar, pero al silabear le volvían a salir aquellos rebuznos estridentes y desagradables, propios de un asno. El espectador, con verdaderos visos de nerviosismo por no poder controlar los sonidos emitidos de su garganta, intentó salir de su localidad, pero no pudo mover sus pies. Las piernas se le habían vuelto torpes. Preso de un ataque de ansia, golpeó el respaldo de la butaca que se encontraba delante de él con las rodillas. Cuando por fin consiguió incorporarse y salir de la localidad, andaba haciendo aspavientos con sus manos y pies como si imitase el trote propio de un cuadrúpedo.
-Rebuznarás hasta que la luna deje de brillar esta noche. –La maga profirió una nueva orden señalándole con la varita de sabina.
Un suspiro resonó entre los asistentes.
-Tú lo has querido. Hágase. –Sentenció la maga mientras otra ráfaga de aire volvió a recorrer el teatro.
La prestidigitadora Anguinet continuaba girando la varita señalando al espectador provocador. Aquel palito emitía un sonido parecido a un zumbido. Aquellas vibraciones parecían empujar al espectador que, sin dejar de relinchar, trotaba por el pasillo del patio de butacas en dirección a la salida.
El resto del público permaneció paralizado y silencioso en sus localidades. No podían salir de su asombro. El espectador rebuznador trotó cómo si se tratase de un auténtico rucio hasta alcanzar la salida del teatro.
-Y una vez que ya nos ha abandonado la bestia maleducada, prosigamos con nuestro espectáculo.
La maga pronunció estas palabras con gran solemnidad. Su voz atronó por todo el teatro. A continuación, se acercó hacia una mesita donde se encontraba depositada una campana. La tomó con su mano derecha y la agitó con un movimiento enérgico hasta hacerla repiquetear. Al instante, entró un ayudante. Se trataba de un jovencito muy delgado. Vestía una librea aterciopelada de color grana. De la pechera y las mangas le sobresalían unas chorreras de grandes puntillas. En la cabeza llevaba una peluca de oscuro pelo ensortijado y, para completar su simulado aspecto, se había cubierto el rostro de un maquillaje negro con el que escondía su verdadera tez pálida. En las manos sostenía una bandeja de plata cubierta con un pañuelo blanco. Con paso firme se acercó hasta Benita, la joven taumaturga. Se la ofreció con una reverencia a la que ésta le respondió con un gesto cortés con la mano. A continuación, y con una increíble agilidad tiró de uno de los extremos del pañuelo. Y como una cascada saltaron de la bandeja unos pétalos de rosas rojas, pero, ante la mirada atónita de todo el público, éstos no cayeron al suelo, sino que quedaron suspendidas en el aire. Como si se tratasen de diminutas mariposas deseosas de libertad, revoloteando por encima de las cabezas de la maga y su ayudante.
En ese instante, Marta se despertó. Algo le había sacudido en medio de aquel sueño del que todavía recordaba los rostros de los espectadores del teatro. Se incorporó y durante unos segundos intentó calmarse y convencerse de que sólo se trataba de una pesadilla. Tanteó en la oscuridad buscando el interruptor de la lamparilla de noche. La encendió.  Miró a su alrededor y sorprendida vio que, en la mesilla, junto a la nota manuscrita y el naipe se amontonaban unos pétalos de rosas rojas.

4 comentarios:

  1. Guau, hola Francisca, no estoy segura que me ha enganchado más, si la maravillosa forma en que narras lo de esta gran maga y ese espectador molesto, o el final que vive quién sueña.

    Besos :D

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  2. Hola Margarita,
    Me alegra saber que te ha gustado el capítulo. Ahora hay tres pistas: una nota, un naipe y unos pétalos de rosas voladores. A ver qué le ocurre a la protagonista. Puede que contacte con la prestidigitadora, pero... ambas viven en épocas distintas. No cuento nada más.
    Muchas gracias por seguirme, leer y comentar mis relatos.
    Un abrazo.

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  3. hola! se me esta ocurriendo una idea, tendra que ver con viajes en el tiempo??? que ansias por saber mas, brillante!! abrazosbuhos.

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  4. Hola amigas,
    Algo de eso hay. Un poco de paciencia. Les prometo una resolución al dilema, pero todo a su debido momento.
    Besos

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