Me siento cansada. Estoy
toda la tarde preparando comidas. Lo he hecho instintivamente. Durante muchas
horas no he pensado en otra cosa que no fuese cocinar para los demás. En
realidad, lo he hecho para ellos. A mí no me gustan esos platos tan elaborados.
Mientras pelaba los
tomates imaginaba que ya era verano. A mi memoria regresó el recuerdo del año
pasado. Volvíamos a estar juntos. En nuestra casa de la montaña. Por un
momento, creí volver a escuchar el sonido del agua de la fuente que hay detrás
de la casa. Cerré los ojos. Y lo continuaba escuchando. Los abrí. Se trataba
del goteo del agua del grifo de la cocina.
Terminé de pelar el último
tomate. Volví a pensar en ti. El color de la pulpa evocó el rojo intenso de la
sangre. Tu sangre. La que brotó de la pequeña herida de la yema de tus dedos. Al
rozar las hojas del libro. ¿Lo recuerdas?
¡Cómo sangraba!
Instintivamente acerqué mis labios a la herida de tu dedo. No cesaba de manar. Cerré
los ojos. De pronto, un pequeño crujido del mueble, me hizo regresar al
presente. Estaba en la cocina. Me sentía como si hubiese cruzado un espejo. Quise
regresar a aquel verano evocado. Estaba allí, junto a ti, esperando una caricia
tuya. Un simple roce, de tus dedos, en mi mejilla, habría bastado para saber
que aún continuabas queriéndome.
Inspiré. El tomate
resbaló de entre mis dedos. Dejé de pensar en ti. Reconté los ingredientes utilizados
para la cena. Coloqué la sartén sobre el fuego. Los vertí en su interior. Me quedé
clavada mirando el colorido de lo cocinado. No podía apartar la mirada de
aquella hermosa mezcla y confusión. Un poco de aceite me salpicó. Instintivamente,
los volví a cerrar. En mi retina volvió regresó tu cara bronceada por el sol de
aquel verano. Nuestro verano. ¿Te acuerdas? Yo no sabría vivir sin ese
recuerdo. Ahora es el color azul de tus ojos el que se funde con el mar que nos
rodeaba. De pronto, sonó el timbre. Miré a través del vídeo portero. Por un
instante, tuve la esperanza de que fueses tú. ¡Imposible! No conocías mi nueva
dirección. Apagué el fuego. Corrí a abrir la puerta. Uno a uno regresaban a la
casa. La cena no estaba lista todavía. Volví a la cocina. Aceleré los guisos.
Terminé.
¡Todo está muy rico! Dijeron.
Les sonrío. Son sus
muestras de cariño. Es como si el cansancio formase parte de la elaboración de
cada comida. Regreso a la cocina. Miro los platos vacíos. Pienso que valió la pena
cocinar unos platos tan elaborados, aunque a mí no me gusten demasiado.
Lo que d cocinaR es ese recuerdo mientras se prepara la comida. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Mamen,
EliminarA veces la memoria revive recuerdos donde menos lo esperas. Un abrazo.
Hola Francisca, una combinación esta de la cocina y el recuerdo que además, no se por qué, suele ocurrir.
ResponderEliminarBesitos :D
Hola Margarita,
EliminarEntre pucheros andamos más de una vez al día así que es casi lógica la asociación. Muchas gracias por leer mi ejercicio de esta semana. Un abrazo.