La
extraña belleza de aquella mujer no lograba dejar a nadie indiferente. De piel
nacarada, su ensortijado cabello castaño y la vivacidad de sus ojos de color
verde intenso, remarcaban una beldad seductora que se remataba con unos labios
rosáceos y carnosos. Todas estas facciones dotaban a su rostro una gran
sensualidad a la misteriosa dama. Consciente de su rara hermosura, la duquesa
de Bompassar, que era así como se hacía llamar aquella fascinante mujer, se
vestía de colores oscuros, con el fin de resaltar aún más la blancura de su
piel. Al contrario que la maga Benita, llevaba los brazos cubiertos por unas
tupidas mangas que sólo dejaban ver sus pequeñas y blancas manos. En su
generoso escote, escasamente cubierto por la mantilla que lucía engarzada en
los cabellos, resaltaba el camafeo de ónice que le había sido sustraído a la
maga Benita en el escenario.
-Querida
duquesa de Bompassar. Lo confieso. No esperaba encontrarme contigo tan pronto.
–Dijo Benita con un tono calmado. –De hecho, casi estaba convencida de que
nunca más volveríamos a coincidir en este tiempo y en este mundo.
La
interpelada soltó una risita que sonó a impostada.
-Te
equivocas, amiga Benita. Necesitaba verte lo antes posible. Tanto tú como yo
estamos hechas de la misma inquietud. La energía se busca para retroalimentarse
entre ella.
-Puede
que ambas seamos energía, como tú dices, pero de polos opuestos. –Le respondió
con rapidez la taumaturga Anguinet. –No podemos permanecer juntas mucho tiempo
porque nuestros poderes son inversos. Las consecuencias resultarían irreparables
tanto para tu magia como para la mía.
-En
eso tienes razón, querida colega.
La
duquesa de Bompassar posó su mano sobre el camafeo con la clara intención de
cautivar nuestra atención sobre la joya.
-Siento
que mi lacayo te hiciese esa rozadura que llevas en el cuello. Pero estaba
segura que sería imposible que me lo dieses a las buenas. Era la única forma de
conseguirlo ¿Me equivoco?
-En
absoluto. Nunca te lo habría dado. –Le respondió Benita.
La
duquesa soltó una nueva risita de satisfacción.
-¡Lo
sabía!
-Pero
estás equivocada si piensas que conseguirás más poder con él en tu poder. –La
prestidigitadora le respondió con vivacidad. –Sabes perfectamente que la magia
que encierra no se puede obtener a la fuerza. A menos que…
-A
menos que… -Continuó la duquesa de Bompassar. –Que logre tener los cuatro
elementos en un mismo espacio temporal.
-Y
ya sabes que eso no se va a producir mientras yo pueda evitarlo. –Le respondió
Benita Anguinet con una sonrisa en los labios.
-Ya,
ya lo sé. – Le respondió la duquesa asiéndose la joya. –Fuiste muy astuta al dividir
los poderes del maestro Houdin en cuatro elementos.
Benita,
con un tono de complacencia le atajó.
-Pero
no sólo fue eso lo que hice. También los envié fuera de tu alcance al
introducirlos en un espacio temporal distinto al tuyo.
Marta,
al escuchar esta contundente contestación de la maga Anguinet, empezó a
comprender el motivo de todo lo que ocurría. Sin proponérselo había entrado a
formar parte de la rivalidad de dos magas que vivían en el siglo XIX. Sus vidas
y disputas se habían cruzado con la suya, aunque no formasen parte del mismo
siglo. Ese cruce de épocas y conflictos había estallado en algún momento, pero todavía
no acertaba averiguar cuándo había sido y el motivo por el que ella se había
visto implicada.
La
duquesa de Bompassar soltó una risa de satisfacción ante la seguridad y
rotundidad con la que le contestaba su rival.
-Bueno,
es cierto todo lo que dices, querida Benita, y, aunque yo no puedo cruzar el
espacio temporal porque el gran mago Houdin me lo prohibió, eso no quiere decir
que no pueda servirme de alguno de mis ayudantes. El increíble Norberto casi lo
había conseguido. De no haber sido por esta entrometida –Señaló a Marta. –Ya
tendría las cuatro piezas para juntarlas y lograr el poder máximo. Ella me ha desbarajustado todos mis planes.
Pero, no importa. Sólo me llevará un poco más de tiempo averiguar dónde los ha
escondido. El camafeo me orientará hasta ellos.
De
pronto, la duquesa maga se abalanzó sobre Marta y tomándola por el brazo tiró
de ella hasta aproximar su rostro hasta el suyo.
-Vas
a decirme dónde se encuentra los pétalos petrificados, el as y la nota
manuscrita ¿verdad?
Marta
se asustó al comprobar que aquellos ojos verdes que, en un principio le habían
semejado pacíficos y serenos por su bello color verde esmeralda, habían virado
hacia tonalidades oscuras y densas que centelleaban como si fuesen dos piedras
alexandritas capaces de cambiar de color según la intensidad de la luz que les
incidía. La archivera sintió la fuerza descomunal que aquella mujer, aparentemente
frágil, ejercía sobre su brazo con el claro deseo de arrancarle la información
que deseaba. Estaba a punto de gritar cuando el carruaje dio un fuerte frenazo
que provocó que Benita, Tonino, la duquesa y ella terminasen apelotonados en
uno de los laterales del coche. La puerta se abrió de golpe. Benita reaccionó con
una agilidad pasmosa. La prestidigitadora, a pesar de su voluminoso cuerpo,
empujó a Tonino hacia el exterior y a continuación, saltó ella al exterior.
Tomó con una mano a Marta y, con la otra arrancó el camafeo del cuello de la
duquesa. La maga de Bompassar, al perder la deseada joya pareció perder fuerza.
Al instante, soltó el brazo de Marta. Gritó por la rabia que sintió al tener
que dejar su presa y perder la joya. La duquesa también salió del carruaje tras
ellos, pero no lo hizo por su propio pie, sino convertida en un gavilán que
chillaba rabioso por haber perdido su presa. El ave de rapiña se alejó por la
calle dando tumbos en un vuelo torpe que le obligó a llevar, durante unos
segundos, un aleteo rápido y desigual para conseguir remontarse hasta
desaparecer de su vista.
Tanto
Benita, como Tonino, el acróbata, y Marta se detuvieron sorprendidos por
aquella inesperada transformación de la fuerte rival.
-¡Ya
tenemos otra vez el camafeo! –Gritó Benita empuñándolo en su regordeta mano
derecha.
-Pero
no por mucho tiempo lo conservará, madame.
Ante
ellos se presentó Norberto, el supuesto amigo de Marta, que vestía un traje
negro, chaleco rayado, chistera y un bastón en la mano.
-¡Diablillo!
–Ordenó. –Dámelo.
El
travieso niño cabizbajo obedeció la orden que se le había dado.
-No
serás capaz de traicionarnos ¿verdad? –Le preguntó la maga Benita al truhan.
-Lo
siento, pero no tengo otra opción. –Se justificó el pícaro. –Tengo unas deudas
con la duquesa de Bompassar y si no hago lo que me ordenan peligra mi libertad.
La
maga alargó la mano en la que sujetaba el camafeo e hizo mención de
entregárselo a Diablillo.
-¡No
lo hagas, Benita! –Le suplicó Tonino el acróbata.
La
maga lo miró y, con una sonrisa enigmática, le respondió a su súplica.
-No
te preocupes. Estaré con Isaac.
Y
nada más decir esto puso el camafeo en la manita de Diablillo y, a
continuación, lo agarró para después hacer que ambos desapareciesen ante la
mirada atónita de todos.
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