Quedaron
todos atónitos ante la fulminante desaparición de Benita con el pequeño
Diablillo. El primero en reaccionar a tan fantasmagórico escamoteo fue Norberto
que se abalanzó sobre Marta. Le agarró la muñeca y tiró de ella.
-Entrégame
las tres piezas que faltan. Sé que las tienes.
-¡Suéltame!
Me haces daño. –Protestó Marta.
-Y
más que te haré si no me entregas lo que te pido. –Rugió el antipático
personaje.
-Un
caballero no puede tratar a una señorita de esa manera. –Le recriminó el
acróbata, aunque con tono miedoso puesto que nunca presumió de poseer una gran
valentía.
-Suéltame,
Norberto. No tengo lo que buscas y, aunque lo tuviese nunca te lo daría.
-Pues
dime dónde las guardas. Debo recuperarlas lo antes posible.
Mientras
se lo decía le retorció la muñeca con tal ímpetu que parecía tener la intención
de rompérsela.
-Me
haces mucho daño.
-Y
más que te haré si no me lo dices en seguida. Puedo llegar a rom…
No
terminó de decir la palabra porque Tonino le asestó un fuerte golpe en la
cabeza con la fusta del cochero. Norberto se desplomó. Como no había soltado el
brazo de Marta la arrastró también y si Tonino no llega a sostenerla se habría
caído.
-No
quería darle tan fuerte, pero si no lo llego a hacer le habría roto el brazo
¿verdad?
-No
te preocupes. Le vendrá bien descansar un rato. Anda vámonos no sea que no le
hayas dado con suficiente fuerza.
Marta
tomó de la mano al grandullón e hizo mención de echar a correr, sin embargo,
tuvo que detenerse para remangarse las faldas del voluminoso traje que la maga
Anguinet le había prestado de su guardarropía.
-Tendremos
problemas con la justicia si enseña así los tobillos, señorita. –Le indicó el
acróbata al ver a Marta que se subía las faldas.
-Posiblemente,
Tonino, pero si no lo hago no podré dar ni dos pasos. Y ahora vamos a buscar a
Benita. ¿Sabes quién es ese Isaac que mencionó la maga?
-¡Por
supuesto! ¡El gran pianista y compositor Isaac Albéniz! Actúa en uno de los
teatros habilitados para el bicentenario de la muerte de Calderón de la Barca.
Y si no me equivoco ahora mismo estará dando un concierto en el Gran Teatro.
-Entonces
¿A qué estamos esperando? –Le gritó Marta que parecía sentirse muy decidida a esclarecer
aquel jaleo decimonónico en el que se había visto sumergida involuntariamente.
–Corramos hasta allí antes que Norberto vuelva en sí y nos alcance.
La
distancia que debieron recorrer fue menor de la imaginada. A tan sólo dos
calles de allí se encontraba el teatro de fachada neoclásica donde se suponía
que el pianista Isaac Albéniz daba un concierto. Marta intentó subir la
escalinata de acceso al teatro, pero el acróbata la detuvo.
-No
nos permitirán acceder por las puertas principales, señorita. Será mejor que
entremos por la puerta de actores. Venga. Yo sé dónde está.
Bordearon
la imponente escalinata de la fachada principal. Con paso seguro y en medio de
la penumbra de aquel callejón, el acróbata, la dirigió hacia la puerta de
acceso. El olor a orines le producía un cierto mareo. Marta cerró los ojos para
no ver lo que imaginaba que acompañaba a esa pestilencia. Tonino la condujo
hasta una pequeña rendija de luz que dejaba escapar una puerta. La empujó y se
deslumbraron por la intensidad de iluminación. Había muchas velas encendidas
sobre una mesa que acumulaba grandes cantidades de cera derretida. Ambos
avanzaron con cautela como si esperasen alguna fantasmagoría. Al fondo de lo
que semejaba ser el recibidor de los camerinos, había una gruesa cortina roja. El
acróbata se acercó y, con sigilo la apartó. Quedó al descubierto un estrecho
pasillo que conducía hacia otra puerta entornada.
Tonino
tomó la mano de Marta. Tiró de ella y casi la obligó a que continuase andando a
su ritmo con determinación. Empujó la puerta y, ante ellos apareció un joven
sentado ante un espejo que les observó a través de él.
-¡Hola
Tonino y compañía! ¡Cuánto tiempo hacía que no nos veíamos! ¡Qué alegría de
volver a verte, compañero!
A
Marta le parecieron un tanto exageradas las exclamaciones de aquel muchacho
que, aunque vestido con un frac, tenía rostro de ser también un bribón de la
calle.
-Hola
Lucrecio. –Le saludó Tonino. –Sí, es cierto que hacía mucho que no nos veíamos.
¿Por dónde anda Isaac?
-¿No
escuchas la música? Está en el escenario.
El
pícaro se había colocado la mano derecha sobre la oreja como queriendo demostrar
que atendía lo que procedía del escenario.
-Necesitamos
hablar con él. Nos envía Benita. –Le indicó Tonino que demostró no fiarse de
él. Sin ningún disimulo, el acróbata, avizoró todos los rincones de aquel
cuartucho por si había alguien más escondido allí.
-¡Benita!
¡Qué casualidad! –Exclamó Lucrecio. –Ha estado aquí. En concreto antes de que
Isaac saliese al escenario. Estuvieron hablando un buen rato. Pero, vosotros
dos, ¿qué es lo que queréis del genio? Está ocupado. Yo le puedo pasar los recados
que queráis. Lo hago al instante.
-No,
gracias. No me puedo fiar de ti. Aún recuerdo la última vez que lo hice. –Le
respondió Tonino con tono seco. –Por tu negligencia todavía me estoy doliendo de
la paliza que me propinaron.
-¡Qué
quieres! Me despisté y se me olvidó avisarte. Pero no te preocupes que eso no
volverá a suceder nunca más. ¡Palabra de Lucrecio!
El
pícaro se puso la mano derecha sobre el pecho y levantó la izquierda como si
estuviese llevando a cabo un juramento de honor.
-
¿O era al contrario? –Rápidamente cambió las manos.
-No
te molestes con tus patrañas.
El
astuto Lucrecio le guiñó un ojo. Y a continuación se acercó a Marta.
-¿Y
tú quién eres? Nunca te había visto.
-Déjala
en paz. –Le gritó el equilibrista con una actitud de prevención ante el pillo
trajeado. –Ella no es de este mundo y no voy a consentir que la embauques con
tus mentiras.
-¡Ah!
Si no es de este mundo, significa que ha venido de otro. Ahora me explico por
qué motivo anda enseñando los tobillos.
Tonino
cambió su habitual expresión de bonachón por la de rabia y ya estaba a punto de
perder los estribos. Levantó el puño con la intención amenazadora de
descargarlo sobre Lucrecio, pero en el momento que lo tenía suspendido en el
aire se escucharon los aplausos y bravos que lanzaba el público por el final de
la actuación de Albéniz.
Dando
unas grandes zancadas, el pianista entró en el cuartito donde se encontraban.
Tomó a Lucrecio por el pescuezo y le dijo:
-Anda
sal y recoge las propinas que lanzan en la corbata del escenario. No pierdas ni
una, que mañana las necesitamos para irnos de aquí.
Tomó
un habano que había en la mesilla y buscó lumbre con avidez. Lo encendió.
Cuando soltó la primera bocanada de humo, entonces miró a Tonino y Marta.
-¡Hola
Tonino y compañía! –¡Qué agradable sorpresa! –Saludó al igual que había hecho
Lucrecio. –Tu ama Benita ha estado aquí hace un rato.
-Andamos
buscándola. –Le resumió el contorsionista. –Necesitamos reunirnos con ella lo
antes posible.
La
aparente simpatía del músico se tornó en seriedad. Dejó el puro prendido de sus
labios. Se introdujo la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta. Extrajo una
baraja. Se la mostró a Tonino.
-Necesito
el naipe que falta.
Tonino
le hizo una seña a Marta indicándole que el músico pedía el naipe que ella había
recibido en su casa en el siglo XXI.
-¿Estás
seguro que debo entregársela? –Le preguntó al acróbata.
Marta
desconfió con la rapidez en la que éste había cedido ante la petición del
músico.
-Sí.
Sin ninguna duda. –Le afirmó rotundamente el histrión.
A
pesar de sus reticencias, la archivera, extrajo el naipe que, presumiblemente,
la maga le había hecho llegar mientras dormía. Lo acercó al montoncito de
naipes. Notó como su carta se deslizaba hacia las otras como si fuese atraída
por un imán invisible. Al momento, se escuchó un chasquido. Procedía del espejo
en el que un instante antes Lucrecio les había estado observando. De pronto,
Tonino y Marta se vieron dentro del mismo como si su imagen se hubiese
invertido y lo hubiesen atravesado.
Isaac
se quitó el puro de la boca y esbozando una media sonrisa les dijo:
-Saludad
a Benita de mi parte. Cuando termine lo que tengo que hacer por aquí ya me
reúno con vosotros.
Aún
no había terminado de pronunciar esas palabras cuando la puerta del camerino se
abrió de par en par. Entró Norberto como una auténtica exhalación. Albéniz se
interpuso entre el espejo y él, pero éste lo apartó de un empujón. Palmoteó
sobre el espejo como queriendo entrar también él para
![]() |
John Constable (1776-1837) |
-¡Déjame
entrar! –Gritó con furia.
-Lo
siento. Tú no puedes. –Le indicó Isaac Albéniz que sonreía mientras
mordisqueaba el habano.
-Hazlo
o te mato. –Le amenazó enfurecido.
En
ese instante, regresaba Lucrecio con las propinas que le habían lanzado al
escenario al eminente músico. Al ver que el hombre del traje oscuro y el
chaleco de rayas zarandeaba al pianista, se lanzó sobre él. Lo cogió del cuello
para cortarle la respiración y así lograr que lo soltase. La treta hizo su
efecto y el grandullón tuvo que soltarlo para apartar las manos del bribón que
lo atenazaba por detrás. Fue ese instante, el que aprovechó Albéniz para
asestarle un golpe en su entrepierna y así lograr tumbarlo en el suelo.
-¡Venga!
Id en busca de Benita que a éste ya lo tenemos dominado. –les gritó a Tonino y
Marta que los observaban desde el otro lado del espejo. -¡Rápido! No perdáis
más tiempo.
Marta
se dio la vuelta y el asombro le dejó casi sin respiración. Era de día. Se
encontraban en medio de un gran campo de centeno. No muy lejos de allí se
adivinaban unas casitas blancas como lo que debía de ser una pequeña aldea.
Tonino
le apremió.
-Vamos.
Benita nos necesita.
Hola!tu relato esta formado al calor de tu exquisita sensibilidad.gracias!abrazosbuhos
ResponderEliminarHola amigas
EliminarTienen ustedes conmigo una gran paciencia. Soy lenta con la escritura.
Ya llega la recta final. Espero que les guste. Un abrazo