viernes, 12 de julio de 2019

BENITA ANGUINET Y LAS RESPUESTAS. 10


Quedaron todos atónitos ante la fulminante desaparición de Benita con el pequeño Diablillo. El primero en reaccionar a tan fantasmagórico escamoteo fue Norberto que se abalanzó sobre Marta. Le agarró la muñeca y tiró de ella.
-Entrégame las tres piezas que faltan. Sé que las tienes.
-¡Suéltame! Me haces daño. –Protestó Marta.
-Y más que te haré si no me entregas lo que te pido. –Rugió el antipático personaje.
-Un caballero no puede tratar a una señorita de esa manera. –Le recriminó el acróbata, aunque con tono miedoso puesto que nunca presumió de poseer una gran valentía.
-Suéltame, Norberto. No tengo lo que buscas y, aunque lo tuviese nunca te lo daría.
-Pues dime dónde las guardas. Debo recuperarlas lo antes posible.
Mientras se lo decía le retorció la muñeca con tal ímpetu que parecía tener la intención de rompérsela.
-Me haces mucho daño.
-Y más que te haré si no me lo dices en seguida. Puedo llegar a rom…
No terminó de decir la palabra porque Tonino le asestó un fuerte golpe en la cabeza con la fusta del cochero. Norberto se desplomó. Como no había soltado el brazo de Marta la arrastró también y si Tonino no llega a sostenerla se habría caído.
-No quería darle tan fuerte, pero si no lo llego a hacer le habría roto el brazo ¿verdad?
-No te preocupes. Le vendrá bien descansar un rato. Anda vámonos no sea que no le hayas dado con suficiente fuerza.
Marta tomó de la mano al grandullón e hizo mención de echar a correr, sin embargo, tuvo que detenerse para remangarse las faldas del voluminoso traje que la maga Anguinet le había prestado de su guardarropía.
-Tendremos problemas con la justicia si enseña así los tobillos, señorita. –Le indicó el acróbata al ver a Marta que se subía las faldas.
-Posiblemente, Tonino, pero si no lo hago no podré dar ni dos pasos. Y ahora vamos a buscar a Benita. ¿Sabes quién es ese Isaac que mencionó la maga?
-¡Por supuesto! ¡El gran pianista y compositor Isaac Albéniz! Actúa en uno de los teatros habilitados para el bicentenario de la muerte de Calderón de la Barca. Y si no me equivoco ahora mismo estará dando un concierto en el Gran Teatro.
-Entonces ¿A qué estamos esperando? –Le gritó Marta que parecía sentirse muy decidida a esclarecer aquel jaleo decimonónico en el que se había visto sumergida involuntariamente. –Corramos hasta allí antes que Norberto vuelva en sí y nos alcance.
La distancia que debieron recorrer fue menor de la imaginada. A tan sólo dos calles de allí se encontraba el teatro de fachada neoclásica donde se suponía que el pianista Isaac Albéniz daba un concierto. Marta intentó subir la escalinata de acceso al teatro, pero el acróbata la detuvo.
-No nos permitirán acceder por las puertas principales, señorita. Será mejor que entremos por la puerta de actores. Venga. Yo sé dónde está.
Bordearon la imponente escalinata de la fachada principal. Con paso seguro y en medio de la penumbra de aquel callejón, el acróbata, la dirigió hacia la puerta de acceso. El olor a orines le producía un cierto mareo. Marta cerró los ojos para no ver lo que imaginaba que acompañaba a esa pestilencia. Tonino la condujo hasta una pequeña rendija de luz que dejaba escapar una puerta. La empujó y se deslumbraron por la intensidad de iluminación. Había muchas velas encendidas sobre una mesa que acumulaba grandes cantidades de cera derretida. Ambos avanzaron con cautela como si esperasen alguna fantasmagoría. Al fondo de lo que semejaba ser el recibidor de los camerinos, había una gruesa cortina roja. El acróbata se acercó y, con sigilo la apartó. Quedó al descubierto un estrecho pasillo que conducía hacia otra puerta entornada.
Tonino tomó la mano de Marta. Tiró de ella y casi la obligó a que continuase andando a su ritmo con determinación. Empujó la puerta y, ante ellos apareció un joven sentado ante un espejo que les observó a través de él.
-¡Hola Tonino y compañía! ¡Cuánto tiempo hacía que no nos veíamos! ¡Qué alegría de volver a verte, compañero!
A Marta le parecieron un tanto exageradas las exclamaciones de aquel muchacho que, aunque vestido con un frac, tenía rostro de ser también un bribón de la calle.
-Hola Lucrecio. –Le saludó Tonino. –Sí, es cierto que hacía mucho que no nos veíamos. ¿Por dónde anda Isaac?
-¿No escuchas la música? Está en el escenario.
El pícaro se había colocado la mano derecha sobre la oreja como queriendo demostrar que atendía lo que procedía del escenario.
-Necesitamos hablar con él. Nos envía Benita. –Le indicó Tonino que demostró no fiarse de él. Sin ningún disimulo, el acróbata, avizoró todos los rincones de aquel cuartucho por si había alguien más escondido allí.
-¡Benita! ¡Qué casualidad! –Exclamó Lucrecio. –Ha estado aquí. En concreto antes de que Isaac saliese al escenario. Estuvieron hablando un buen rato. Pero, vosotros dos, ¿qué es lo que queréis del genio? Está ocupado. Yo le puedo pasar los recados que queráis. Lo hago al instante.
-No, gracias. No me puedo fiar de ti. Aún recuerdo la última vez que lo hice. –Le respondió Tonino con tono seco. –Por tu negligencia todavía me estoy doliendo de la paliza que me propinaron.
-¡Qué quieres! Me despisté y se me olvidó avisarte. Pero no te preocupes que eso no volverá a suceder nunca más. ¡Palabra de Lucrecio!
El pícaro se puso la mano derecha sobre el pecho y levantó la izquierda como si estuviese llevando a cabo un juramento de honor.
- ¿O era al contrario? –Rápidamente cambió las manos.
-No te molestes con tus patrañas.
El astuto Lucrecio le guiñó un ojo. Y a continuación se acercó a Marta.
-¿Y tú quién eres? Nunca te había visto.
-Déjala en paz. –Le gritó el equilibrista con una actitud de prevención ante el pillo trajeado. –Ella no es de este mundo y no voy a consentir que la embauques con tus mentiras.
-¡Ah! Si no es de este mundo, significa que ha venido de otro. Ahora me explico por qué motivo anda enseñando los tobillos.
Tonino cambió su habitual expresión de bonachón por la de rabia y ya estaba a punto de perder los estribos. Levantó el puño con la intención amenazadora de descargarlo sobre Lucrecio, pero en el momento que lo tenía suspendido en el aire se escucharon los aplausos y bravos que lanzaba el público por el final de la actuación de Albéniz.
Dando unas grandes zancadas, el pianista entró en el cuartito donde se encontraban. Tomó a Lucrecio por el pescuezo y le dijo:
-Anda sal y recoge las propinas que lanzan en la corbata del escenario. No pierdas ni una, que mañana las necesitamos para irnos de aquí.
Tomó un habano que había en la mesilla y buscó lumbre con avidez. Lo encendió. Cuando soltó la primera bocanada de humo, entonces miró a Tonino y Marta.
-¡Hola Tonino y compañía! –¡Qué agradable sorpresa! –Saludó al igual que había hecho Lucrecio. –Tu ama Benita ha estado aquí hace un rato.
-Andamos buscándola. –Le resumió el contorsionista. –Necesitamos reunirnos con ella lo antes posible.
La aparente simpatía del músico se tornó en seriedad. Dejó el puro prendido de sus labios. Se introdujo la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta. Extrajo una baraja. Se la mostró a Tonino.
-Necesito el naipe que falta.
Tonino le hizo una seña a Marta indicándole que el músico pedía el naipe que ella había recibido en su casa en el siglo XXI.
-¿Estás seguro que debo entregársela? –Le preguntó al acróbata.
Marta desconfió con la rapidez en la que éste había cedido ante la petición del músico.
-Sí. Sin ninguna duda. –Le afirmó rotundamente el histrión.
A pesar de sus reticencias, la archivera, extrajo el naipe que, presumiblemente, la maga le había hecho llegar mientras dormía. Lo acercó al montoncito de naipes. Notó como su carta se deslizaba hacia las otras como si fuese atraída por un imán invisible. Al momento, se escuchó un chasquido. Procedía del espejo en el que un instante antes Lucrecio les había estado observando. De pronto, Tonino y Marta se vieron dentro del mismo como si su imagen se hubiese invertido y lo hubiesen atravesado.
Isaac se quitó el puro de la boca y esbozando una media sonrisa les dijo:
-Saludad a Benita de mi parte. Cuando termine lo que tengo que hacer por aquí ya me reúno con vosotros.
Aún no había terminado de pronunciar esas palabras cuando la puerta del camerino se abrió de par en par. Entró Norberto como una auténtica exhalación. Albéniz se interpuso entre el espejo y él, pero éste lo apartó de un empujón. Palmoteó sobre el espejo como queriendo entrar también él para
John Constable (1776-1837)
alcanzar a Tonino y Marta, pero no lo consiguió.
-¡Déjame entrar! –Gritó con furia.
-Lo siento. Tú no puedes. –Le indicó Isaac Albéniz que sonreía mientras mordisqueaba el habano.
-Hazlo o te mato. –Le amenazó enfurecido.
En ese instante, regresaba Lucrecio con las propinas que le habían lanzado al escenario al eminente músico. Al ver que el hombre del traje oscuro y el chaleco de rayas zarandeaba al pianista, se lanzó sobre él. Lo cogió del cuello para cortarle la respiración y así lograr que lo soltase. La treta hizo su efecto y el grandullón tuvo que soltarlo para apartar las manos del bribón que lo atenazaba por detrás. Fue ese instante, el que aprovechó Albéniz para asestarle un golpe en su entrepierna y así lograr tumbarlo en el suelo.
-¡Venga! Id en busca de Benita que a éste ya lo tenemos dominado. –les gritó a Tonino y Marta que los observaban desde el otro lado del espejo. -¡Rápido! No perdáis más tiempo.
Marta se dio la vuelta y el asombro le dejó casi sin respiración. Era de día. Se encontraban en medio de un gran campo de centeno. No muy lejos de allí se adivinaban unas casitas blancas como lo que debía de ser una pequeña aldea.
Tonino le apremió.
-Vamos. Benita nos necesita.




2 comentarios:

  1. Hola!tu relato esta formado al calor de tu exquisita sensibilidad.gracias!abrazosbuhos

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    Respuestas
    1. Hola amigas
      Tienen ustedes conmigo una gran paciencia. Soy lenta con la escritura.
      Ya llega la recta final. Espero que les guste. Un abrazo

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