Pongo la mano en el fuego o
rompo una lanza, según se prefiera la expresión a que el hermetismo que
mantiene el presidente, ante la crisis política que vive su partido político tiene
su razón de ser. No me equivocaré si digo que no hablará de lo que todo el
mundo intuye. No faltaré a la verdad si digo que no dará la cara ante la
ciudadanía. No incurriré en error si digo que nadie, absolutamente nadie, será
cesado en su cargo.
Por desgracia vivimos en un
país domesticado. Cuarenta años no pasan porque sí en una sociedad.
A pesar nuestro, a pesar del
sufrimiento que estamos soportando, hemos llegado a tal grado de obediencia
que, ni los sectores críticos se atreven a levantar la voz ante tanta mordida o
corrupción qué más da el término que se utilice para definirlo.
Se suceden las declaraciones
esperpénticas y no hay nadie que les ponga veto al ridículo supino que ejercen.
¿Qué nos ocurre? ¿ Sufrimos algunos efectos secundarios de
la llamada “sociedad del bienestar” que nos atontan? ¿Qué esperamos para rescatar
ese concepto que tanto nos llenó la boca en épocas pasas? Sí, me refiero al
honor ¿dónde está nuestra honorabilidad? ¿Dónde hemos dejado aparcada la honra
de este país?
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