Creo que
ya os he hablado de Basilio, ese hombre de ninguna parte que vive en un pequeño
coche aparcado en una esquina, junto al estadio de fútbol de mi ciudad.
Basilio, estos
últimos meses, ha cambiado su pauta de vida; ya no otea los semáforos por las
mañanas, no obstante, aún mantiene la costumbre de permanecer ojo avizor con
todo lo que ocurre en su barrio. Sí, su barrio porque, desde hace unos meses,
se ha instalado en él, como quien no quiere la cosa, definitivamente. Primero
tenía su puesto en la calle, con su cochecito aparcado en una esquina con
sombra, ahora ya posee una habitación en la que pernocta. Su habitación está en
una de las fincas adyacentes al campo de fútbol. Ya no va a los edificios
públicos a tomarse un café por las mañanas. No es la única novedad en él, pues,
ha adquirido un nuevo vestuario; hoy en día lleva ropa elegante, aunque de
otras temporadas, que, seguramente, me atrevo a pensar que se la han
proporcionado los vecinos. Como está acostumbrado a vivir pulcramente, con
pocos medios, siempre mantiene un aspecto limpio y presentable en cualquier
momento del día.
Hace unos
días, volví a fijar mi atención en él, cuando pasé por delante del sitio donde
tiene estacionado su cochecito, lo vi sentado dentro, muy ensimismado, leyendo
un libro. No tendría mayor importancia este hecho si no fuese porque el libro
era electrónico. Basilio demostraba bastante destreza para pasar las páginas
con un rápido movimiento de su dedo índice. Me sorprendió que tuviese un
aparato tan moderno aunque tampoco era de extrañar, pues recordé que le había
visto, desde siempre, hablando por teléfono móvil, como cualquier otro
viandante de hoy en día. También me sorprendió que ya no demostrase preocupación
por buscar un sitio libre de aparcamiento para poderlo ofrecer a los conductores
azorados de la zona. Por su forma de comportarse, me pareció que ya sólo se
dedicaba a conversar con los vecinos y tomaba el sol con ellos, como cualquier
jubilado del barrio, pues, aunque tenemos buen clima, la temperatura baja durante
las primeras horas del día y el calor que desprenden los rayos inquietos de
noviembre, siempre son agradecidos por las personas que pasean por la zona.
Hoy le he
visto llevando un perrito atado a un arnés. Basilio lo paseaba, entre los
coches, como cualquier otro vecino haría cuando sale con su mascota, a la calle.
Es curioso, el perrito mostraba el mismo aspecto pulcro y aseado que su amo.
Dicen que los animales de compañía son el espejo de sus cuidadores. Realmente,
me he aventurado a pensar que ese animalito sea suyo aunque, tampoco tengo por
qué dudar de ello, pues tener una mascota no es nada anómalo. Estoy casi segura
de que Basilio pretende comportarse como cualquier otro vecino que vive en una
comunidad y se encuentra dispuesto a adquirir todos los estereotipos de nuestra
sociedad. Creo que no debo prejuzgar a Basilio por haber buscado, en un
animalito, el remedio de la compañía que, tal vez, no encuentra de otra forma.
También he
observado que al mismo tiempo que paseaba con el perrito conversaba con alguno
de los mendigos que tan numerosos son en la otra calle. La conversación
aparentemente de tono sosegado, no obstante, denotaba una actitud de dominancia.
Pero no, no quiero ser suspicaz. No quiero imaginar que Basilio sea capaz de
estar viviendo de los otros seis mendigos que viven en la calle y a los que he
visto que visita, de vez en cuando, y quienes, cuando hablan con él, casi le
reverencian como si fuese su jefe. No quiero imaginar que Basilio se ha buscado
un sustento a base de amenazar a los otros ocupantes de la calle, que duermen y
viven en ella, y digo que no quiero imaginarlo, porque quiero pensar que,
cuando veo a Basilio conversar con ellos, lo hace como cualquier otro vecino
que les saluda y les pregunta cómo han pasado la noche. No quiero imaginar que
Basilio, aquel hombre madrugador que hasta hace poco se fijaba en nuestras
conversaciones matinales sobre el tiempo o los resultados futbolísticos, como
alguien que ahora se dedica a explotar a los que se encuentran en un escalafón
más bajo que él, porque si es así, entonces esa idea que me había forjado del
hombre afable que pretendía integrarse en el barrio, se derrumba en mi
imaginario.
A
partir de ahora, observaré a Basilio con otra mirada, le veré, todos los días,
fumar y tomar café mientras pasee, con su perrito, por las calles cercanas al
estadio, ¿andará buscando una nueva forma de vida o estará repitiendo la que
vivió en su desconocido país?
*El relato anterior sobre Basilio es:
http://detrasdelaestanteriailustrada.blogspot.com.es/2015/02/basilio-uno-mas-del-barrio.html
¡Quiero esa sengunda parte para mi revista!
ResponderEliminarHola Pere, claro que sí y seguro que habrá algún capítulo más. Gracias por la lectura.
ResponderEliminarNo lo quieres pensar pero lo intuyes. Es triste que , al final, siempre pueda aparecer el lado oscuro.
ResponderEliminarDicen que no debes creerte todo lo que ves pero, a veces, los hechos no engañan. Gracias por la lectura y comentario.
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