sábado, 4 de marzo de 2017

ESTRAPERLO

ESTRAPERLO
La brisa helada del mes de noviembre soplaba sobre mi reseco rostro. Mis pies me llevaban por inercia, mi cabeza se negaba a moverse. El camino resultaba tan duro como las rocas de las montañas que lo escoltaban. Levanté la mirada y vislumbré un cielo negro y oscuro por la tormenta que se cernía.
Por momentos mi miedo crecía y eso provocaba que acelerase más el paso. El viento agitaba las matas que bordeaban el camino. Cada sombra era un espanto. De vez en cuando volvía la mirada hacia atrás y una idea acudía a mi mente:
«¿Y si me descubren?»
Dejé de caminar. Comencé a correr. Aquel camino semejaba ser interminable. El viento seguía empujándome. Ni mis pies ni mi miedo me permitían el retroceso.
 - Chica, apura que aún queda un trecho. –Susurró la mujer que me precedía.
Ella andaba más ligera que yo. Corría detrás de ella sin lograr alcanzarla. En el horizonte se adivinaba la línea grisácea de la luz que intentaba levantar la noche cerrada. La pugna entre los nubarrones y la luz del sol se hacía evidente. Aceleré el paso. Dejé de pensar cuando el camino se estrechó y semejaba unirse con los árboles que lo bordeaban. Un trueno anunció las primeras gotas que, en seguida, mojaron mi cabeza y mi cara.
-Apura, chica. –Volvió a decirme aquella mujer que parecía tener alas en los pies.
 Me cubrí la cabeza con el mantón. La lluvia se convirtió en un aguacero y el camino en un lodazal, sin embargo, la luz del amanecer consiguió hacerse dueña de la mañana. Se adivinaban las primeras casas del pueblo cuando amainó la tormenta. Aumentó mi miedo. En mis oídos ya sólo escuchaba los latidos de mi corazón.
«¿Y si me descubren? ¿Qué será de mis hijos? ¿Qué será de mí?»
-Apura, chica que nos esperan. –Me increpó mi guía otra vez.
Nos acercamos a una casa que tenía la puerta entreabierta. Una tenue luz asomaba por el postigo abierto. Del interior salían susurros. Entramos. Se hizo el silencio. Dos candiles alumbraban lo que parecía ser un almacén. Tres mujeres vertían aceite de un tonel a unas garrafas. De las sombras salió un hombre a nuestro encuentro. Con tono áspero nos recriminó:
-¡Llegáis tarde! –Protestó.
Ninguna de las dos le contestó. El miedo atenazó nuestra lengua. Desafiábamos la ley y a la suerte. Una de las mujeres se acercó hasta nosotras y nos ofreció una de las garrafas rellenadas. Con una blasfemia el hombre le atajó el gesto y, a continuación, nos increpó:
-Primero el dinero.
Le ofrecí lo que tenía. Dijo que era poco. Regateé. Aquel hombre volvió a blasfemar, pero insistí y conseguí que rebajase el precio.
Cuando salimos de aquella casa ya no llovía. La luz mortecina del sol, filtrado a través de las nubes, nos guio hacia la estación. Aún me quedaba un poco de dinero para comprar el billete de tren. El miedo seguía dominándome. Todas las sombras, todos los ruidos, parecían convertirse en amenazas. Una idea danzaba en mi cabeza.
«¿Y si me descubren? ¿Qué será de mis hijos? ¿Qué será de mí?»
Lo sabía. La guardia civil perseguía a los estraperlistas y a los compradores todavía más. No mostraba ninguna piedad. A los hombres les daban una paliza. A las mujeres, en el mejor de los casos, les cortaban el pelo y se quedaban con la mercancía.
En el andén se hacinaba una muchedumbre que pretendía subir a aquel tren. Era el único durante todo el día. Era la única forma de salir de aquellas montañas. Cuando llegó me precipité hacia la primera puerta que vi abierta del vagón. En mis costados noté los empujones y golpes de los que también pretendían subir. Vi un estrecho hueco en uno de los asientos de dura madera y me senté. Me encogí y así, acurrucada, protegiendo el envase del preciado líquido comprado, me dispuse para el viaje de regreso. La mujer del camino se separó de mí. No me importó. Nos conocíamos muy poco.
El tren circulaba lento. Se detuvo en una nueva estación. Muchos de los viajeros se apearon allí. Subió un hombre cargado con un saco. Se colocó a mi lado. El hombre ni me miró. Dejó el saco en el suelo y, con el pie, lo empujó hasta colocarlo debajo de mi asiento. Lo comprendí. Temblé. Me replegué y protegí la garrafa con mi manto. El tren arrancó. No nos miramos en ningún momento. Continuó el lento viaje. En medio del campo el tren se paró. Un golpe brusco por la repentina parada del convoy nos zarandeó. Se incorporó y miró hacia la puerta por la que subieron una pareja de guardias civiles e, instintivamente, golpeó el saco hacia la parte más en penumbras del asiento. El tren emprendió de nuevo su marcha. Algunos pasajeros arrojaron sacos y cestas por las ventanillas. Los guardias corrieron hacia el extremo opuesto al nuestro. El hombre aprovechó ese momento para incorporarse y dirigirse hacia una de las puertas del vagón. Salió y cerró la puerta tras de sí. Sentí angustia. Nadie le prestaba atención salvo yo. Miré por la ventanilla y vi cómo se pegaba como una lapa a la pared del vagón. El tren aceleró. Los guardias civiles continuaban controlando a los pasajeros. Se acercaron hasta mí. Escondí la mirada. Me encogí. Pasaron por mi lado. Ni me miraron. En ese instante, el tren entró en un túnel. Todo se oscureció. El maquinista aminoró la marcha. Se oyó un golpe y un grito. Volví a mirar por la ventanilla. Vi una mancha de sangre que goteaba por el marco de la ventana. El tren paró. Algunos pasajeros también se asomaron por las ventanas y otros por las puertas del vagón. Cerré los ojos. No los abrí hasta que el tren reanudó la marcha. No quería ver. Tampoco quise oír. Me negaba a saber.
Con la primera frenada desentumecí mis brazos y piernas para salir de mi ovillo voluntario. El tren llegó a la estación con tres horas de retraso. En los andenes la gente se agolpaba. Recordé el saco. Lo recogí de debajo del asiento. Intenté ganar la puerta del vagón lo antes posible. Entonces lo vi. Se encontraba tumbado en una camilla. Tenía una pierna envuelta en trapos. Los guardias civiles que habían subido al vagón lo custodiaban. No pude verle la cara porque la tenía tapada con las manos. Introduce la garrafa en el saco. Me lo cargué a la espalda. Me alejé con la carga. Corrí. No tuve valor de mirar atrás.
Como una exhalación, llegué a mi casa. Cerré la puerta con sigilo. Dejé el saco sobre la mesa. Me senté frente a él y lo miré durante horas. Por fin decidí abrirlo y miré en su interior. Saqué la garrafa de aceite. Me pareció muy pequeña. Volví a introducir mi mano en el oscuro fondo del saco. Mis dedos se hundieron en un mar de semillas secas de habichuelas. Por las mejillas resbalaron mis lágrimas.
A pesar de los años transcurridos ya nunca más he vuelto a aquel pueblo donde compré el aceite de estraperlo.



16 comentarios:

  1. Otros textos:

    http://detrasdelaestanteriailustrada.blogspot.com.es/2017/01/testimonio-1321.html

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  2. http://detrasdelaestanteriailustrada.blogspot.com.es/2017/02/pan-blanco-recuerdos-de-una-nina-de-la.html

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  3. https://detrasdelaestanteriailustrada.blogspot.com.es/2016/01/una-carta-para-nuevos-tiempos.html

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  4. http://detrasdelaestanteriailustrada.blogspot.com.es/2015/11/los-segundos-sempiternos.html

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  5. hola!escalofriante relato, y de una manera fantástica. gracias por compartirlo, saludosbuhos.

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    1. Hola buhitas:
      gracias a vosotras por leer y compartir mis relatos. En los comentarios he dejado otros relatos sobre la posguerra por si os apetece leerlos. Gracias amigas.

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  6. Hola Francisca, he vivido toda esa emoción que esgrimes con tu relato. Ese miedo y emoción al mismo tiempo. Mi madre me contaba que existía ese estraperlo en tiempos de la guerra, época de carencias, de hambre y de fe para sobrevivir. Un abrazo

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  7. Hola Emerencia:
    Aunque no lo parezca he obviado los detalles más duros del relato original. Fueron tiempos duros que no deben de repetirse nunca, pero creo que tampoco deben olvidarse. Gracias por leer mi relato y comentarlo. Un abrazo amiga.

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  8. Hola Francisca, muy buena entrada, para reflexionar, aprender. Fue una larga y amarga etapa de nuestro país. En mi blog encontrarás "El Museo del Straperlo", yo no lo viví, pero mis padres sí...
    Enhorabuena.
    Un beso.

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    1. Querida Mari Carmen:
      siempre es un placer saber que lees mis relatos y los comentas. Con mucho gusto voy a leer tu relato del que estoy segura que aprenderé mucho. Muchas gracias por estar ahí. Un abrazo.

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  9. Adjunto la entrada del blog de Mari Carmen García Franconetti porque explica muy bien detalles de lo que era el Estraperlo. Gracias amiga. http://franconetti-aula-abierta.blogspot.com.es/search?q=El+Museo+del+Straperlo

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    1. Muchísimas gracias por tu generosodad y poner mi blog en conocimiento de tus fieles seguidores, eso es impagable.
      Es una etapa de nuestra historia que debe ser conocida por los más jóvenes.
      Besos.

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    2. A ti Mari Carmen. Desde mi punto de vista esa historia tan reciente debe ser recordada para que no se repita nunca. Es un placer compartir contigo mis relatos y opiniones. Un abrazo.

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  10. De Juan López Gandía Excelente, Francisca. ¡Qué bien escrito está¡ Te atrapa, te mantiene en un hilo y te emociona.Muy bien.

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  11. Gràcies, Paqui. Quins temps més durs! Havien de fer el que fora per a poder menjar. M'has fet compartir la por de la protagonista per si la pillaven. M'has emocionat.

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    1. Sus: Intente que el lector forme part del text. Si em dius que has sentit por és perquè ho he aconseguit. Gràcies per llegir-ho i comentar-ho. Moltes gràcies amiga.

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