Seguro que más de uno os habéis preguntado qué pasó con Alicia cuando ésta
creció.
Algunas voces envidiosas decían que todo lo que siempre había contado era una
mentira fabulada por su imaginación calenturienta.
Otros, sin embargo, dijeron que, Alicia, con le paso del tiempo, pretendió
negar su viaje al país de las maravillas y, en el momento en el que alguien
osaba preguntarle por aquello que tanta fama le había proporcionado, le quitaba
relevancia calificándolo como una pesadilla de adolescente. No obstante, sé de
muy buenas fuentes, que, cuando lo recordaba, su cara mudaba de expresión y se
notaba el gozo que le suponía retrotraerse a esos años de fantasía y
protagonismo.
El paso del tiempo es inexorable para todos y Alicia también creció. Se
rumoreó que la decisión de abrir aquel negocio de antigüedades suponía regresar
al viaje a través del túnel del tiempo y vivir la vida de los que habían sido
propietarios de aquellos objetos. La
mayoría de sus conocidos pensaban de ella que era una chiflada, no obstante, la
delgada línea que separa la cordura de la locura estoy segura de que ella no
la cruzaba tanto como alguno de nosotros lo podemos hacer en más de una ocasión
de nuestra vida.
Lo que voy a narrar lo sé porque Alicia me lo contó antes de irse y es que,
desde hacía muchos años, escondía su pasado bajo un gran número de muebles
usados y cuadros de dudoso valor artístico. Ella, de vez en cuando, desempolvaba
sus recuerdos mirándose en el espejo que conservaba en la trastienda de su
negocio y rememoraba las sensaciones del momento en el que lo atravesó.
Pero sigo contando lo poco que sé de ella. Aquel día, Alicia, realizaba
la tarea de catalogar los objetos que había adquirido de un piso subastado. Entre
unos cachivaches encontró una lámpara de aceite oxidada. Tomó un trapo y la
frotó para retirar la suciedad que la recubría. Mientras la limpiaba escuchó una
voz que le saludaba. Levantó la cabeza y ante ella se encontraba un apuesto
caballero.
-Buenas tardes señorita. –Le dijo con una voz dulzona para sus oídos.
-Buenas tardes, caballero. Si no llega a ser porque he escuchado la
campanilla de la puerta de mi tienda pensaría
que usted es el genio de la lámpara que estoy limpiando.
-Pues que así sea. –Dijo el desconocido con tono jocoso. –Disculpe si le
molesto, no tengo costumbre de entrar en las tiendas de antigüedades, pero en
su escaparate hay expuesto un libro que me interesa.
Alicia depositó la lámpara que intentaba limpiar sobre el mostrador y se
acercó hacia el escaparate para sacar el libro que le indicaba el posible
cliente. Se trataba de un tratado sobre la caza del siglo XIX. Aquel caballero de
aspecto pulcro se caló unas gafas extraídas del bolsillo derecho de su
americana. Según me contó Alicia, lo observó durante unos largos y minuciosos minutos y, a continuación, le preguntó cuánto pedía por él. La transacción fue rápida y
sencilla. El caballero sacó su cartera y abonó la cantidad en efectivo. Hasta
ahí todo habría sido normal y corriente para el tipo de negocio que regentaba
Alicia de no haber sido porque, aquel caballero, volvió su mirada a la sucia
lámpara depositada sobre el mostrador y, con el libro en la mano, se evaporó
delante de la atónita mirada de Alicia. De no haber sido porque tenía el dinero
sobre el mostrador y que el libro no estaba ella hubiese pensado que se trataba de un sueño.
Me contó que por la noche durmió mal. Tuvo varias pesadillas y en todas
ellas aparecía la mirada penetrante de aquel hombre que había desaparecido
delante de ella. Harta de aquel duermevela se levantó de la cama y bajó a la
tienda para continuar con la tarea de ordenación de los objetos adquiridos. En
una de las cajas encontró un manojo de llaves atadas con unas tiras de piel. Pensó
que serían las llaves de un mueble secreter que también estaba en aquel piso. Alicia
probó en las cerraduras de éste, pero ninguna de las llaves entraba. Mientras
lo hacía y sin querer presionó uno de los dibujos de las tallas del mueble y se abrió un resorte en la parte superior. Dentro había un sobre con una carta
escrita con letra muy estilizada. Alicia leyó el texto, pero no le encontró mucho
interés. Lo dobló y lo guardó en el interior del cajón secreter y entonces sí
que vio el botón. Lo presionó. Se abrieron las puertas del secreter y de su
interior apareció una preciosa miniatura de unos caballitos que giraban en un
tiovivo al compás de una hermosa musiquita. Alicia, según me contó, contempló
la danza de aquellos diminutos caballitos con deleite hasta que la luz del sol
se coló por una de las ventanas del escaparate. Dice que sintió como si alguien
le susurrase al oído, entonces levantó la mirada y lo vio. Allí, en
la ventana, se encontraba el caballero que desapareció casi por arte de magia el día anterior. Le
saludaba con la mano mientras le sonreía. Alicia afirma que entonces sí que vio cómo se alejaba
de su tienda como cualquier viandante.
Transcurrieron los días y Alicia olvidó al misterioso comprador. Casi había
terminado con todo el inventario de los objetos del lote del piso y sólo le
faltaba revisar una caja que contenía la documentación del propietario. Quiso
darle curso lo antes posible, pero, tal como me confesó, ese día le resultó
imposible porque efectuó numerosas ventas. Por la noche, cansada de aquel
agotador día, me contó Alicia, que acostó convencida de que con el cansancio
vendría el sueño, pero, no fue así, pues una sensación de desasosiego le
invadió. Harta de dar vueltas en la cama bajó a la tienda y decidió acometer la
última caja que le faltaba por cotejar. Entre los múltiples recibos encontró un
pequeño libro donde, su propietario, a modo de diario, anotaba sus impresiones.
Alicia lo abrió por una página cualquiera y leyó el primer párrafo. Se trataba
de la narración de una vida solitaria. Entre otras cosas, detallaba cómo
adquirió el mueble secreter así como el tratado de caza de las ilustraciones que
había atraído al extraño cliente, pero, sin embargo, en lo que más hincapié hacía, a lo largo de
todo el diario, era en la lámpara oxidada y el manojo de llaves cuyas
cerraduras, Alicia, no había conseguido encontrar. Con la lectura de aquel diario vio
amanecer y el sol entró a través de las ventanas de su tienda. Miró esperando encontrar
la cara sonriente de aquel misterioso cliente, aunque, esta vez, no fue así.
Alicia me contó, que, después de leer aquel libro, ya nada era igual en su
negocio. Por su cabeza le rondó la idea de emprender un largo viaje, así, sin
pensarlo mucho más, echó el cierre. Antes de marcharse se dirigió hacia la
trastienda y buscó el espejo que tenía oculto entre los viejos muebles. Lo
embaló con cartones y papel para preservarlo y salió de la tienda con él debajo
del brazo.
Todavía no ha vuelto. De hecho, cuando yo compré su tienda fue su abogado el que
se encargó de todos los trámites legales, pues ella excusó su regreso para
formalizar la venta.
Llevo casi veinte años en este negocio. Podría haberle cambiado el nombre
al rótulo y poner el mío, pero me pareció mejor mantener el de Alicia porque ella también era amiga mía.
Nunca he vuelto a verla, aunque todos los años, por la fecha en la que se formalizó
la venta, recibo una postal anónima en la que siempre se repite la misma frase:
“Sin novedad desde el otro lado del espejo.”
Es precioso, Francisca!tienes una imaginación desbordante. A mi me encanta este
ResponderEliminartipo de relatos. Espero que Haya más con otros personajes. Felicidades y un abrazo.
Muchas gracia Mª Ángeles por tus cariñosas palabras. Cuando era pequeña siempre me quedaba con la duda de lo que les ocurría a esos personajes tan originales. He crecido y sigo pensando qué habrá sido de ellos. Quizás sigo siendo una niña que quiere conocer más detalles. Un abrazo amiga.
Eliminarmaravilloso relato! siempre compartida! saludosbuhos.
ResponderEliminarQueridas amigas
Eliminarcómo me gusta saber que estáis ahí. Muchas gracias por compartir mi relato. Un abrazo.
De Juan López Gandía Muy bueno, Francisca. Muy buena historia de esta nueva Alicia, ya una mujer, con su tienda de antigüedades. Es un mundo tan de otra época como fascinante. Igual que el de las bibliotecas antiguas. Y consigues transmitir todas esas sensaciones. Más aun si en la tienda, además de espejos, muebles que dan a otro mundo, visitantes de otros tiempos, hay también libros antiguos.
ResponderEliminarMuchas gracias Juan por tu comentario. Dicen que el hábito no hace al monje, pero ya sabes que estoy muy 'abrigada' de libros antiguos y eso creo que ayuda. Los cuentos siempre me han fascinado y me ha preocupado la continuación de esos personajes que se quedaban en un punto suspenso. Muchas gracias por leer mis relatos con tanta fidelidad. Un abrazo.
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