Siempre
pensé que mi prima era una exagerada. A ella le gustaba contarnos historias de
apariciones de muertos sin cabeza que acosaban a los niños por las noches, pero
yo no le prestaba mucha atención porque me parecían estupideces sin sentido,
sin embargo, aquel día, logró inquietarme con la historia del misterioso hombre
del saco.
Ese verano, por ser la mayor de todos, se tomó la tarea de ser la responsable de
cuidar a los más pequeños. A los tíos y a nuestros padres les pareció correcto,
pero a mí no me gustó la idea pues su afán por contarnos relatos que
nos asustasen no era de mi agrado. Nuestros padres estaban
convencidos de que cuando nos sentábamos en el porche era
porque nos narraba historias divertidas, pero lo que no sabían era que trataban de seres monstruosos, con
deformidades o que tenían la cualidad de convertirse en animales que podían
tragarse algún que otro niño de un solo bocado. Al principio, pensábamos que
todo se lo inventaba para hacernos reír, sin embargo, cuando contó el cuento
sobre un misterioso personaje que aparecía por los caminos cargado con un gran
saco aparentemente vacío y que hacía desaparecer las cosas cuando las
introducía dentro de él, comencé a temblar. Todos estábamos callados
escuchándole y fui yo la que le interrumpió para pedirle que no nos contase ese
cuento sino otro de príncipes encantados y princesas hermosas, pero mi primito
me acusó de ser una miedica y que le interrumpía cuando el relato estaba en su
mejor momento. Mi prima prosiguió con la narración sobre el hombre del saco que no
sólo se contentaba con llevarse ocas y libres, sino que también cargaba con
niños y niñas que hacía desaparecer en la oscuridad de un saco sin fondo. No
lo soporté más. Me levanté y me marché. Mi prima me gritó que me quedase
que me prometía que el final sería bonito, pero ya no regresé.
Aquella noche
tuve muchas pesadillas; me desperté llorando y gritando que no quería que me
llevase el hombre del saco. A mis sollozos acudió mi padre que me preguntó por
qué tenía tanto miedo y fue, entonces cuando le conté la tortura a la que nos sometía
nuestra prima. Aquella exagerada todas las noches nos prometía contarnos
relatos divertidos y sólo conseguía asustarnos con historias como la del hombre del
saco quien hacía desaparecer a los niños. Mi padre, al verme tan asustada, me prometió que mi prima no
volvería a contar ninguna historia de espanto, pero antes me demostraría que
todo era falso porque él conocía al hombre del saco y era su amigo. Después
del desayuno me tomó de la mano y me llevó a dar un paseo por la huerta.
Mientras caminábamos por los senderos me describió la belleza de los árboles y de los pájaros que
nos cantaban, con ello logró que sonriera y me olvidase de mis temores. De pronto
nos encontramos enfrente de una casa donde había un hombre sentado a la puerta.
Nos acercamos. Mi padre lo saludó con esa luminosa sonrisa que tanto me
gustaba ver en su cara. Aquel hombre tenía en la mano una aguja muy grande y
con ella cosía unas telas que dijo que eran de yute. Mi curiosidad hizo que le preguntase qué estaba haciendo a lo que me contestó que
cosía sacos. Al oír aquella palabra me asusté pues pensé que mi padre me había
llevado a la casa del hombre del saco y que ahora éste me haría desaparecer. Debió
de notar mi espanto porque el hombre sonrió y abrió el saco que tenía entre las
manos y me mostró que se veía el suelo a través de él.
A continuación, tomó uno pequeño que tenía junto a él y me lo regaló. Me aseguró que
con él podría hacer toda la magia que pudiese imaginar, pero sólo debía cumplir una condición era decir
la palabra mágica: ‘Abracadabra’.
El
regreso a casa fue distinto. Estaba más contenta porque ya sabía qué
contestarle a la exagerada de mi prima cuando se burlase de mis miedos.
Como todas las noches nos reunimos en el porche y antes de que mi prima comenzase a hablar le interrumpí para decirles que ese día había conocido al hombre del saco y se quedaron boquiabiertos cuando les mostré el saco que me había regalado. Lo abrí y dándole la vuelta les dije que no existía ningún saco que pudiese hacer desaparecer cosas y menos a los niños. Mi prima me interrumpió para burlarse de mí pues dijo que ese saco era muy pequeño y que el que llevaba el hombre era tan grande como yo. No le dejé terminar la palabra pues se lo puse por encima de la cabeza y dije:
Como todas las noches nos reunimos en el porche y antes de que mi prima comenzase a hablar le interrumpí para decirles que ese día había conocido al hombre del saco y se quedaron boquiabiertos cuando les mostré el saco que me había regalado. Lo abrí y dándole la vuelta les dije que no existía ningún saco que pudiese hacer desaparecer cosas y menos a los niños. Mi prima me interrumpió para burlarse de mí pues dijo que ese saco era muy pequeño y que el que llevaba el hombre era tan grande como yo. No le dejé terminar la palabra pues se lo puse por encima de la cabeza y dije:
-Este
saco es mágico y con él haré que desaparecer todas las historias de monstruos que nuestra prima tiene en la cabeza por otras historias bonitas que nos contará.
Contaré hasta tres y 'Abracadabra'.
Y
cuando se lo quité mi prima tenía una cara de enfado que nos hizo reír a todos. El saco que me había regalado aquel hombre había hecho su
efecto.
A mi también me asustaban con el hombre del saco ,pero era mi tía quien lo hacía,al igual que tu me crié con mis dos primos ,mas o menos de mi edad,y a veces formaban demasiado ruido.Me ha gustado mucho tu relato,porque me ha traído recuerdos de mi niñez ya lejana.
ResponderEliminarA veces los mayores no son conscientes del miedo que pueden provocar en los niños. Muchas gracias por tu lectura y comentario. Un abrazo.
EliminarQuins records! M'ha encantat, Paqui. Quina memòria tens!!! I quin coneixement el de ton pare.
ResponderEliminarNo deixes d'escriure!! Besets.
Susi
EliminarEls majors juguen amb la inocència dels menuts.
Bé, sols és un relat infantil. Celebre que t'agrade. Besets.