«Señores. Se ha producido una avería
y el tren saldrá con unos minutos de retraso. Disculpen las molestias.»
En la sala de espera hubo un
murmullo entre los viajeros que creció por segundos.
-¡Eso no puede ser! –Gritó una chica.
–Debo de estar a las siete en el puerto, sino perderé el barco.
El murmullo cesó a la espera de la
respuesta que diese el interventor a la muchacha que había protestado.
-No, no te preocupes que no lo
perderás. –Le dijo el interventor. –Todos los pasajeros de este tren se dirigen
a tu mismo destino. El barco no zarpará sin que su pasaje se encuentre
completo.
-¿Está seguro de lo que dice?
–Insistió la chica.
-Sí, así es. –Corroboró una mujer
que se encontraba sentada junto a ella. –Yo también voy a tomar ese barco y te
aseguro que no zarpará sin mí. –Frunció los labios a modo de una sonrisa y, al
hacerlo, en su rostro se estrecharon unas arrugas alrededor de sus pequeños
ojos que parecían también sonreírle.
El interventor se alejó de la joven
para atender a las preguntas de los otros pasajeros que se arremolinaban a su
alrededor.
-Debo tomar ese barco. –Susurró la
chica sin mirar a nadie.
-Los barcos son mágicos ¿Lo sabías?
–Le dijo la anciana. La joven sonrió ante tal afirmación.
-Hace cincuenta años, yo tomé uno
que me llevó hasta mi destino y lo hizo con tal magia que nunca supe si el
resultado de mi vida se debió al viaje o a mi decisión de emprenderlo.
La anciana hizo un gesto para captar
la atención de la joven. Con un tono claro y suave, que incitaba a continuar
escuchándole, prosiguió su relato.
-Tendría tu edad cuando realicé mi
primer viaje al continente americano.
-¿Fue sola? –Le preguntó la joven
que comenzó a interesarse por la historia que la anciana pretendía narrarle.
-Completamente sola. Fue en 1952.
-¡Qué valiente! –Exclamó la chica.
-¡Al contrario! Sentía miedo de todo
y por todo, pero el amor es el mejor estímulo y el más poderoso que puede
existir para sacar valentía de la cobardía. Yo habría recorrido medio mundo con
tal de poder pasar toda la vida con él.
La anciana miró a la joven y vio que
ésta se sentía atraída por sus palabras. Tras una pausa continuó su relato.
-Me había prometido una vida mejor y
para ello decidió buscar un lugar donde poder vivir sin estrecheces ni miedo.
En aquel momento, en España, se continuaba conviviendo con la agonía del hambre
y el rencor de la tan reciente guerra fratricida y, a más de uno, se nos hacía
imposible conseguir hasta lo más imprescindible para subsistir.
-¿Cuántos años tenía cuando emigró?
–Preguntó la joven.
-Veintidós años. La cabeza llena de
sueños y nada en los bolsillos. –La anciana sonrió al decir esta última frase.
-Fue muy atrevida al embarcarse sola
porque… ¿a qué país emigró? –Le interrumpió la joven.
-Al Brasil. Ahora regreso allí para
morir.
Bastaron unos segundos de silencio
para desconcertar a la chica que pensó que la anciana no proseguiría con el
relato, sin embargo, ésta volvió a retomar la palabra.
-Todo se debió a que en el pueblo
había un gran comerciante de ajos. En aquel momento ese era el cultivo más
importante que existía en la huerta del pueblo valenciano donde nací. El amo no
tenía miedo a nada ni a nadie, por eso tampoco tuvo ningún escrúpulo ni moral
para hacer todo lo que hizo. –A la anciana le brillaron los ojos cuando
pronunció estas palabras. –Aquel hombre nos mintió y engañó sin ningún rubor,
ni pestañeó cuando le reclamamos nuestro dinero y se negó a devolvérnoslo, pero
será mejor que te lo explique todo desde el principio.
La anciana hizo una pausa para beber
un sorbo de agua de una botella que extrajo de su bolso. Pasados unos segundos
retomó su relato.
-A finales de los años cuarenta, ese
audaz comerciante probó fortuna enviando un cargamento de ajos hasta la ciudad
de Sao Pablo. Tuvo un golpe de suerte y de la carga pudo vender tres partes,
pues, la restante se le fue entre los intermediarios y aranceles que tuvo que
pagar. A pesar de todo, le fue muy bien y por eso decidió montarse su un
control propio en el mismo puerto de Santos, el que corresponde a la populosa
ciudad, pero para lograrlo debía ampliar su negocio y con ello debía de tener
gente de su confianza en dicho puerto. Le ofreció el trabajo al que entonces
era mi novio y que más tarde se convertiría en mi esposo. Esto ahora, contado
con la distancia del tiempo, semeja algo simple y fácil de llevar a la
práctica, pero no lo era si observamos que, hace cincuenta años, las cosas no
resultaban tan sencillas como podemos imaginar. El amo, antes de hablar con mi
novio, buscó a otros obreros sin trabajo, pero ninguno se encontraba dispuesto
a salir del pueblo. Preferían morirse de hambre antes que perder de vista la
sombra del Micalet[1].
La anciana esbozó una sonrisa como
si un recuerdo fugaz hubiese cruzado por su mente.
-Mi madre no dejaba de repetirme esa
frase para intentar convencerme de que no emprendiese esa aventura sola, pero
no lo consiguió. El amor es uno de los principales motores para empujar a una
persona a tomar decisiones, aunque en aquel momento también existían otros
factores tan importantes o más que influyeron en mi partida, como era la
carestía de todo lo esencial, así como el miedo al poder de los que mandaban en
nuestro pueblo. Sí, puede sonar muy extraño lo que cuento, pero el cacique
podía tomar todo lo que desease sin pedir permiso a nadie. Más de una familia
se había marchado del pueblo por alguno de esos motivos, no obstante, emigrar
no resultaba tan sencillo como se podría pensar a priori. Sobre las fronteras
españolas se aplicaba un estricto control y no todos podían salir del país con
facilidad. A pesar de todo, debido a la escasez de lo más básico, muchos
españoles, nos vimos obligados a emigrar.
-Pero la mayoría de la gente lo
hacía a otros países más cercanos como Francia, Alemania o Suiza. –Le interrumpió
la joven.
-Puede, pero durante un tiempo el
punto de mira de la emigración se centró en el continente americano. Aquellas
tierras eran una aventura para las inversiones, por eso hubo más de uno que se
marchó allí en busca de todo lo que carecíamos aquí. Mi novio fue uno de los
primeros en embarcarse en esa aventura. Partió en 1950. Toda la familia lloró
pensando que no volveríamos a verlo, pero felizmente nos equivocamos. La
primera carta que recibimos fue al cabo de un mes y medio. Las conservo todas
las que escribió. Te puedes imaginar la alegría que sentimos al tener las
primeras noticias suyas. En su carta nos contaba lo maravillosa que había sido
la travesía, que el océano Atlántico era lo más azul que había visto en toda su
vida. También nos relataba sobre la bondad de la gente que lo había acogido en
sus humildes casas. Casi media carta la dedicó a contarnos los manjares
exóticos que había comido, pero, sobre todo, habló de la luz especial que
brillaba en aquel país. Mientras leíamos su carta nos sentíamos ilusionados.
Aquella tierra debía ser el paraíso prometido. También nos contó que había ganado
mucho dinero, pero, el amo le dijo que se lo guardaría porque allí no había
bancos donde depositarlo. ¡Qué inocente! Él pensaba que se lo estaba custodiando
y se vio obligado a pedir prestado el dinero que necesitaba para poder pagarse
su manutención y eso que trabajaba de sol a sol.
En la carta también decía que ese
año no regresaría a Valencia porque los pasajes eran muy caros. Además, no le
compensaba perder días del trabajo por hacer el viaje. En aquella primera
carta, se despedía de todos nosotros diciéndonos que nos volvería a escribir lo
más pronto posible.
¡Es curioso! –Exclamó la anciana.
–Debido al funcionamiento del correo recibimos una nueva carta más pronto de lo
que esperábamos. En ésta el tono que utilizaba era distinto. Narraba los largos
que se le hacían los días allí y que el cansancio lo vencía apenas se recostaba
en su camastro debido a las largas jornadas. En sus palabras se sobrentendía
la tristeza que sentía por la soledad a la que se veía condenado en la
emigración. En cada una de las cartas que recibimos se notaba el desánimo que
sentía por sentirse alejado de su pueblo y de todos nosotros.
La anciana hizo una pausa. Miró la
cara de la joven y al ver que en ella continuaba el interés por conocer toda su
historia prosiguió en su relato.
-La medida temporal de un año es
distinta según en el lugar del mundo en el que te encuentres. A él le pareció
que un año en Sao Pablo equivalía a diez en Valencia. Al cabo de dos años
regresó. En su mirada ya no estaba el joven ilusionado que todos habíamos visto
partir, ahora se había convertido en un hombre curtido por el duro trabajo y,
sobre todo, por la soledad.
«Quiero que vengas conmigo.» –No era
una orden, más bien yo diría que se trataba de una súplica. Habría ido con él
hasta el fin del mundo si me lo hubiese pedido, pero no resultaba tan sencillo.
Las fronteras españolas todavía estaban cerradas para el libre tránsito y,
además, necesitaba el consentimiento de mi padre porque todavía era menor de
edad.
-En aquel momento, la mayoría de
edad se alcanzaba a los veintiún años ¿verdad? –Le interrumpió la chica.
-Sí, pero así y todo no podía
embarcarme en una aventura transatlántica sin más. Debía estar casada y él, el
entonces ya marido, me reclamaría para poder ser aceptada en el país.
-Entonces ¿se casó en seguida? –le
interrumpió la muchacha que cada vez estaba más interesada en la narración.
-No, no, ¡Qué va! Necesitábamos
muchos certificados: de buena conducta, de consentimiento, de renuncia, etc.,
etc., y mi novio se vio obligado a regresar al Brasil mucho antes de que todo
estuviese en regla y preparado para nuestra boda. Él partió con la idea de que
yo le seguiría en muy poco tiempo, sin embargo, todos los trámites legales tardaron más de diez meses.
-¡Diez meses! –Exclamó la chica.
-Sí, fueron unos días largos y
llenos de incertidumbre, sin embargo, ahora con el paso del tiempo, los
recuerdo con mucha ternura. Mi madre se afanó en hacerme un ajuar que pagó a plazos.
Mi padre tuvo que vender una cosecha entera para costear los gastos que
ocasionaban los certificados, pero, así y todo, ellos consintieron que me
pudiese embarcar hacia mi destino.
-¿Y la boda?
-Fue por poderes. –Le contestó
orgullosa la anciana. –Un matrimonio por poderes es una boda en la que uno de
los contrayentes no se encuentra físicamente presente, y por ello debe de ser personificado
por otra persona. En mi caso, fue un tío mío el que representó a mi novio que,
en ese momento, se convirtió en mi marido.
-¡Qué emocionante! –Exclamó la
joven.
-Sí, todo lo era. –Respondió la
anciana. –Y al día siguiente tomé el barco, ese bajel mágico que me transportó
hacia mi verdadero destino. –Un suspiro se escapó de su boca. –Creo que me
temblaban las piernas cuando subí por la pasarela, pero intenté disimularlo
para que mi madre dejase de llorar. Mi padre se ocultó tras mis hermanos para
que no lo viese llorar también. Fue el último recuerdo que tengo de él, porque
ya no volví a verle vivo.
-¡Oh! ¡Qué triste recuerdo! –Dijo la
chica consternada.
-Son cosas que asumes con el paso
del tiempo.
-¿Y en el barco? ¿Con quién se
encontró? –Le preguntó nerviosa la muchacha.
La anciana sonrió y con tono suave
le respondió:
-Con la magia. Sí, allí estaba la
magia.
La voz estridente del interventor
interrumpió el relato que con tanta ansia esperaba escuchar la joven.
«Señores pasajeros, el tren ya se
encuentra en el andén de salida. Les ruego que tomen todas sus pertenencias y
suban a sus respectivos coches.»
La anciana se incorporó y tomó su
maleta para acercarse hasta el andén indicado.
-Déjeme que le ayude. –Se ofreció la
muchacha.
-Muchas gracias. –Le respondió la
anciana. –Me imagino que quieres que te cuente qué ocurrió en ese viaje
¿verdad?
-¡Claro que sí! –Contestó
atolondradamente la joven. –Bueno, si no le importa a usted, por supuesto.
-Te lo contaré con mucho gusto, pero
para eso tenemos que subir a ese tren que nos llevará a nuestro nuevo destino.
La anciana y la muchacha arrastraron
sus equipajes en dirección al tren.
[1]La torre del
Micalet es el campanario de la catedral de Valencia. La expresión: ‘No
perdre de vista l’ombra del Micalet’se usa para referirse al miedo que les
da a los valencianos alejarse de su tierra.
Que maravilloso y casi real relato tan lleno de magia y nostalgia.gracias por mostrarlos.con tanta simpleza lo que lo vuelve más valioso.saludosbuhos!
ResponderEliminarQueridas amigas buhitas,
ResponderEliminarSiempre formuláis el comentario perfecto. Muchas gracias por leer mis relatos y comentarlos. Un abrazo