Félix
y Carmen son dos de mis antepasados familiares. Estos dos niños, que
sonríen al fotógrafo, vivieron una juventud accidentada como todos
aquellos a los que les tocó sufrir la Guerra Civil. Felix combatió en el
frente marino. Resulta curioso, siempre se habla de la contienda
terrestre o aérea, pero pocas veces se narra la que tuvo lugar en alta
mar.
Carmen sufrió el exilio. Huyó, junto a su padre, ya viudo, y
una tía materna, a Francia. Allí, como muchos, se vio atrapada por el
estallido de la Segunda Guerra mundial. Fueron momentos difíciles para
todos, aunque imagino que a ella le resultarían más complejos cuando
tuvo que elegir entre regresar a España, junto con su padre, o
emprender una aventura hacia Yugoslavia, el país de uno de los
refugiados a quien conoció y del que se enamoró.
Las vidas de estos
hermanos se distanciaron, pero, a pesar de todo, nunca perdieron el
contacto entre ellos. Hubo muchos reencuentros que deben ser recordados,
o al menos así lo considero yo.
Familias
fracturadas que nunca se reencontraron y se desconocen por completo. A
Félix tuve la gran suerte de conocerlo. Era una persona maravillosa.
No tenía nada propio porque adoraba todo aquello que uniese a la
familia. A Carmen nunca tuve la oportunidad. Era la figura familiar
que se vio atrapada tras el telón de acero.
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