Hace unas semanas busqué algunos documentos y me
encontré con tantos documentos fotográficos que creé un álbum de fotografías de mujeres desconocidas. Mujeres
de distintas décadas que posaban según el momento en el que les había tocado
vivir.
Al principió pensé que podía hacer una especie de
almanaque electrónico con esas imágenes. Mi primera intención era poner una
fotografía de mujeres del siglo pasado junto a mujeres del presente. Parecía
sencillo. Pensé, busqué, y me puse un plazo para hacerlo. Tras varias consultas y calibrar la complejidad
de mi idea, decidí tomar la iniciativa y crear mi pequeño homenaje a mi manera,
es decir, con aquello que sé hacer. Durante varios días he estado buscando
fotografías, las he comparado, las he analizado e intentado darles una
correlación en el tiempo y en el espacio. No sé casi nada de ellas, ni el mes en el que
se elaboraron, ni el lugar donde fueron tomadas, desconozco la época exacta, ni
tan siquiera sé cual era la extracción socio-económica de esas mujeres, pero
eso no me ha hecho desistir de mi idea, de hecho creo que merecen tener un pequeño hueco en mi
blog. Si sirve de algo el que les haga un lugar en mi imaginación y en mis
comentarios puede que desde su anonimato y desde el mío propio, resulte más
sencillo reconocer hechos y momentos que pueden pasar desapercibidos en el
instante en el que están ocurriendo.
De las muchas que he localizado sólo
os muestro doce, por aquello de mantener mi idea primigenia de crear un almanaque.
Ante la imposibilidad de poder ordenarlas por aquello que podría darles más
sentido y que es la fecha y espacio de toma lo haré por aquello que es más
evidente a la vez más arbitrario: mi criterio.
Hubo un tiempo en el que la
superstición y el engaño iban de la mano alimentándose de ignorancia. En numerosas ferias de pueblos se
incluía la lectura de las cartas como una atracción de feria y como algo que
tenía su propio público, en especial, las mujeres. La imagen de una mujer
vestida con ropas de gitana y una baraja en sus manos se repetía en cada una de
esas casetas donde si podía conocer el futuro que te esperaba por unas pocas
monedas. En esta fotografía se puede observar que la mujer que sostiene las
cartas no mira las cartas que sostiene entre sus manos sino la expresión de la
chica que esta sentada delante de ella. No lee sus cartas sino lee su interés
por saber y por conocer aquello que le depara la vida. Le va a contar lo que
ella quiere oír y no tendrá reparo en hacerlo a pesar que sabe que se trata de
un engaño.
Hoy en día nos parecería una manera de engañar simplona,
pero quién no ha visto que esta imagen, tan popular, se repite constantemente,
con otro atuendo, con otros decorados aunque con una misma intención de estafar
a los crédulos, a los desahuciados, a los dispuestos, en definitiva, a oír
aquello que quieren oír. Quizá esta instantánea tenga más de cien años pero eso
no quiere decir que su vigencia haya cesado.
Cinco chicas borrosas sonríen dentro del agua. No se puede sabes si están en el mar, en un lago o un río. Hay dos chicas más alejadas que no parecen prestar atención al fotógrafo. ¡Qué importa! A ninguna de las siete se les distinguen los rostros. Sólo importa su amplia sonrisa.
Si quieres ser una buena ama de
casa debes de aprender un oficio como el de costurera. Son cuatro para dos
máquinas de coser pero no importa, mientras unas cosen con la máquina las otras
pueden hilvanar, entre otras cosas. De esta fotografía dos son las caras que
más interesantes me parecen. La primera es la muchacha que posa su mano sobre
la máquina de coser. Tiene cara de avispada, de decidida y de ser la que más
pronto responda en el momento que sea preciso. Su seriedad indica que no le
gustaba mucho la idea de la fotografía pero, ¡qué le vamos a hacer! No
correspondía a ella decir que no quería. La otra chica que destacaría es la que
sostiene unas tijeras en la mano y sonríe. Tiene una mirada frívola. La
media sonrisa contrasta, con sus ojos ojerosos y llenos de pésimos sentimientos, un toque de perversión.
Quizá vea demasiado en ella pero creo que es la que dirige a las otras modistillas.

Esta fotografía puede ser de
cualquier momento. El trabajo en el mar es duro pero más dura es la búsqueda de
la ganancia que se ha arrancado del fondo de sus aguas. Las mujeres que se ven
van cubiertas con mantos. No se les puede ver la cara pero sí el trabajo de
selección que, junto a los hombres, les hace iguales. No hay diferencia de género para el
trabajo duro. Son iguales para obtener la comida de cada día, pero son
distintas para tomar la decisión del trabajo.
Aquí están tres mujeres jóvenes
vestidas con el uniforme de criadas. El espacio parece ser una azotea de un
edificio norteamericano. Su cuello blanco y almidonado, que hace juego con su
mandil, deslumbra con su blancura que les llega hasta los puños de su blusa.
Parecen sonrientes pero digo parecen porque la sonrisa se queda en un simulacro
y la palidez de sus rostros resalta hasta en el propio blanco y negro de la
fotografía. ¿Cuántos años deben tener las dos que están sentadas en el borde?
¿Veinte? Quizá menos, lo que sí es evidente que la que se coloca por encima
sujetando sus cabezas se siente más segura en el puesto que ocupa e intenta
demostrar su supremacía tomando altura ante las que pueden que sean iguales
pero no por ello idénticas en su voluntad de criadas.




En junio de 1913, en la ciudad de
Budapest, hubo un congreso de sufragistas de todos los puntos del mundo. Cuánto había por hacer, pedir y reclamar. Este año 2013 se cumplirán cien años
de esta reunión. ¿Sirvió para algo? En primer plano se ve a tres mujeres
ataviadas con ropas más propias del siglo XIX. La mujer que empuña un paraguas, lleva unos quevedos calados y su
sombrero de paja, más usado por los hombres del momento que por las mujeres que
preferían los adornados con flores o plumas, le da un aire de dama universitaria que pretende demostrar, en su vestuario, su condición de letrada, de estudiosa
que ha tomado los roles conferidos a los hombres y que ella parece reclamar
como propios por legitimidad.
