A principios del pasado siglo,
aquellos que se consideraban nobles o de mayor rango en la escala social
sentían gran atracción por los habitantes de los barrios bajos a los que
consideraban inferiores y groseros.
¿Qué clase de diversiones
tendrán los criados y los mozos? Se preguntaban esa noche entre risas después
de una opípara cena. Uno de los comensales dijo que conocía un local al que había
ido con frecuencia porque se organizaban peleas de aficionados a la lucha
libre.
-¡Vayamos a verlo! Seguro que es
emocionante –dijo la anfitriona.
-Puede ser peligroso para una
dama. –Le apuntó otro comensal que no se mostraba muy animado a ir a ese tipo
de fiestas.
No obstante, fue la mayoría de
los invitados la que dijo que quería verlo por sus propios ojos y sin pensarlo
dos veces llamaron un carruaje y se dirigieron a los barrios bajos de la
ciudad.
El local era una taberna donde
los cantos y gritos de los clientes les impidieron el poder escuchar lo que le
preguntó al tabernero. El comensal le susurró al oído su petición al mismo
tiempo que le entregaba unas monedas. El tabernero se volvió para mirarles de uno
en uno y, a continuación, hizo un gesto con la cabeza para que le siguiesen a
lo que semejaba ser una trastienda.
Aquel antro lleno de hombres que
fumaban y vociferaban tenía en medio un cuadrilátero en el que dos hombres, con
el torso desnudo, se golpeaban con gran violencia. A la anfitriona le pareció
un espectáculo bestial, sobre todo porque la sangre brotaba de las brechas de
las caras de los contrincantes, sin embargo, se sintió atraída por el rostro de
uno de los luchadores, que, a pesar de la sangre que le manaba de una de las
cejas, era de una belleza propia de cualquier obra de arte.
El azar hizo que fuese éste el
que venciese al otro contrincante que cayó derribado al suelo. El público
aplaudió salvo los que habían perdido sus apuestas que abuchearon al ganador.
-Conozcámoslo –dijo el comensal
que había sido el promotor de la fiesta.
Y se acercaron hasta él. La
anfitriona aún quedó más prendada de la belleza del joven cuando éste, con una
elegancia exquisita y mejores modales aún, les saludó.
-Es un gran poeta. –Dijo el
comensal jactándose de conocerle.
-Entonces, si usted es un hombre
letrado ¿cómo es posible que se dedique a algo tan rudo y vil como la lucha?
–Se atrevió a preguntarle la anfitriona.
-Muy sencillo, querida señora
–Le respondió el joven poeta boxeador. –Porque uno tiene la costumbre de comer
todos los días y mis poemas no consiguen calmarme el hambre. Lucho para poder
escribirlos, aunque he de confesarle que lo hago mejor cuando tengo el estómago
lleno.
Aquellas palabras dejaron a la
dama pensativa y, al mismo tiempo, seducida por el bello poeta que con tanta
franqueza le había hablado. No supo qué contestarle.
-Y ahora, señores –volvió a
hablar el poeta. –Si me disculpan voy a cenar porque el hambre, después de la
lucha, me arrecia.
Y se puso la camisa y la
chaqueta con clara intención de alejarse del grupo que le rodeaba.
-No se vaya. Nosotros le
invitamos a una merecida cena. –Gritó la dama que no quería perderle de vista.
El joven poeta sorprendido por
la invitación aceptó mostrando una de sus mejores sonrisas que aún cautivó más
a la anfitriona.
El tabernero dispuso la mesa tal
y como le ordenó la anfitriona. El aroma de los guisos abría el apetito de
todos los que allí se sentaron, sin embargo, el joven poeta sólo se sirvió un
plato de patata y cebolla hervida y en su vaso vertió un poco de agua fresca de
una jarra.
-¿No os apetece probar este
magnífico guiso? –Le insistió la anfitriona al ver el humilde plato que se
había llenado.
-Gracias, señora –Dijo con voz
firme. –Os agradezco mucho vuestra invitación, pero no deseo tomar más comida
que la que me pueda pagar la próxima noche cuando usted ya no esté aquí para
invitarme. Prefiero seguir comiendo aquello que puedo pagarme y no tener que
recordar los manjares que esta noche pudiese tomar y cuyo recuerdo me
provocarían tristeza y pesadumbre.
Las palabras del poeta dejaron a
todos mudos sin saber qué contestarle hasta el punto que el silencio provocó
que nadie se atreviese a tomar los manjares allí ofertados.
Desde luego un hombre con las ideas bien claras y la tentación bien oculta. Me ha encantado amiga mía. Besos :D
ResponderEliminarQuerida Margarita
EliminarMe gusta saber que compartes mi punto de vista . Cada uno debe de ser consciente de hasta dónde puede llegar. Muchas gracias por la lectura y siempre agradable comentario.
Un abrazo