jueves, 8 de febrero de 2018

LA PRÓXIMA CENA





A principios del pasado siglo, aquellos que se consideraban nobles o de mayor rango en la escala social sentían gran atracción por los habitantes de los barrios bajos a los que consideraban inferiores y groseros.
¿Qué clase de diversiones tendrán los criados y los mozos? Se preguntaban esa noche entre risas después de una opípara cena. Uno de los comensales dijo que conocía un local al que había ido con frecuencia porque se organizaban peleas de aficionados a la lucha libre.
-¡Vayamos a verlo! Seguro que es emocionante –dijo la anfitriona.
-Puede ser peligroso para una dama. –Le apuntó otro comensal que no se mostraba muy animado a ir a ese tipo de fiestas.
No obstante, fue la mayoría de los invitados la que dijo que quería verlo por sus propios ojos y sin pensarlo dos veces llamaron un carruaje y se dirigieron a los barrios bajos de la ciudad.
El local era una taberna donde los cantos y gritos de los clientes les impidieron el poder escuchar lo que le preguntó al tabernero. El comensal le susurró al oído su petición al mismo tiempo que le entregaba unas monedas. El tabernero se volvió para mirarles de uno en uno y, a continuación, hizo un gesto con la cabeza para que le siguiesen a lo que semejaba ser una trastienda.
Aquel antro lleno de hombres que fumaban y vociferaban tenía en medio un cuadrilátero en el que dos hombres, con el torso desnudo, se golpeaban con gran violencia. A la anfitriona le pareció un espectáculo bestial, sobre todo porque la sangre brotaba de las brechas de las caras de los contrincantes, sin embargo, se sintió atraída por el rostro de uno de los luchadores, que, a pesar de la sangre que le manaba de una de las cejas, era de una belleza propia de cualquier obra de arte.
El azar hizo que fuese éste el que venciese al otro contrincante que cayó derribado al suelo. El público aplaudió salvo los que habían perdido sus apuestas que abuchearon al ganador.
-Conozcámoslo –dijo el comensal que había sido el promotor de la fiesta.
Y se acercaron hasta él. La anfitriona aún quedó más prendada de la belleza del joven cuando éste, con una elegancia exquisita y mejores modales aún, les saludó.
-Es un gran poeta. –Dijo el comensal jactándose de conocerle.
-Entonces, si usted es un hombre letrado ¿cómo es posible que se dedique a algo tan rudo y vil como la lucha? –Se atrevió a preguntarle la anfitriona.
-Muy sencillo, querida señora –Le respondió el joven poeta boxeador. –Porque uno tiene la costumbre de comer todos los días y mis poemas no consiguen calmarme el hambre. Lucho para poder escribirlos, aunque he de confesarle que lo hago mejor cuando tengo el estómago lleno.
Aquellas palabras dejaron a la dama pensativa y, al mismo tiempo, seducida por el bello poeta que con tanta franqueza le había hablado. No supo qué contestarle.
-Y ahora, señores –volvió a hablar el poeta. –Si me disculpan voy a cenar porque el hambre, después de la lucha, me arrecia.
Y se puso la camisa y la chaqueta con clara intención de alejarse del grupo que le rodeaba.
-No se vaya. Nosotros le invitamos a una merecida cena. –Gritó la dama que no quería perderle de vista.
El joven poeta sorprendido por la invitación aceptó mostrando una de sus mejores sonrisas que aún cautivó más a la anfitriona.
El tabernero dispuso la mesa tal y como le ordenó la anfitriona. El aroma de los guisos abría el apetito de todos los que allí se sentaron, sin embargo, el joven poeta sólo se sirvió un plato de patata y cebolla hervida y en su vaso vertió un poco de agua fresca de una jarra.
-¿No os apetece probar este magnífico guiso? –Le insistió la anfitriona al ver el humilde plato que se había llenado.
-Gracias, señora –Dijo con voz firme. –Os agradezco mucho vuestra invitación, pero no deseo tomar más comida que la que me pueda pagar la próxima noche cuando usted ya no esté aquí para invitarme. Prefiero seguir comiendo aquello que puedo pagarme y no tener que recordar los manjares que esta noche pudiese tomar y cuyo recuerdo me provocarían tristeza y pesadumbre.
Las palabras del poeta dejaron a todos mudos sin saber qué contestarle hasta el punto que el silencio provocó que nadie se atreviese a tomar los manjares allí ofertados.

2 comentarios:

  1. Desde luego un hombre con las ideas bien claras y la tentación bien oculta. Me ha encantado amiga mía. Besos :D

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    1. Querida Margarita
      Me gusta saber que compartes mi punto de vista . Cada uno debe de ser consciente de hasta dónde puede llegar. Muchas gracias por la lectura y siempre agradable comentario.
      Un abrazo

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