Lanzó una piedra al estanque y contempló las ondas que
el agua formaba con la violencia del choque. Las miró como si fuesen fáciles de
tocar con sus dedos. El movimiento se había convertido en el propio espectáculo
de sí mismo. Cansado de perseguir a la imaginación buscó una salida hacia lo
que parecía real, pero se deshacía con lo imaginable. Lloró. Se levantó del
borde del estanque y sus pasos le encaminaron hacia el pueblo. Quería pensar
quería saber por qué sentía esa amargura que le quemaba en el interior de su
cabeza, pero mientras lo meditaba escuchó unas risas. Estaban muy cercanas a
él. Eran tan frescas como las mismas cascadas del agua limpia que había dejado
a sus espaldas. Sigiloso, como un ladroncillo en busca de algún tesoro, husmeó
los alrededores para ver si alguien le estaba observando. Estaba solo. Se
dirigió a uno de los árboles del camino para esconderse y poder observar de
dónde venía aquella risa emanada como un torrente. Las risas eran de varias
gargantas como un coro de ilusión. El pillete agudizó la mirada y
comprobó que eran unos niños y unas niñas que, acompañados de su madre, miraban
a un hombre que actuaba para ellos. Era de avanzada edad y casi no podía
moverse mucho, pero no por ello dejaba de provocar la risa de los pequeños y la
que parecía ser su madre. Llevaba una nariz de payaso y hacía unos juegos de
magia. Escondía cartas en sus bolsillos que aparecían en los lugares más
insospechados de su ajada chaqueta. De pronto, sacó una nuez de uno de sus bolsillos
y la mostró a todos como si de un tesoro se tratase la introdujo en su puño y
al poco lo abrió para mostrar que ahora eran dos. Los niños reían y aplaudían
con el truco y el hombre, a pesar de que le costaba mantenerse erguido,
disfrutaba con la alegría de los pequeños. En un instante dado levantó la
mirada y observó al pequeño fisgón que les observaba desde el árbol del camino.
Levantó el brazo y con la mano le hizo un gesto indicándole que se acercase
para estar con ellos.
El muchachito se sintió azorado al haber sido
descubierto desde su improvisado observatorio, pero cuando vio que todos se
volvían a mirarle y que la mujer le sonreía y también le indicaba que se
acercase al grupo tomó confianza y avanzó.
Y así estuvieron un buen rato todos riendo las
ocurrencias de aquel viejo payaso que le costaba mantenerse en pie, pero que no
dejaba de hacerles reír con sus bufonadas.
Comenzó a oscurecer. La madre recogió a sus pequeños
como si se tratase de una gallina que reúne a sus polluelos y el viejo payaso
se despidió dándole las gracias por las frutas y huevos que le regaló. El
muchacho se despidió de ellos y emprendió el camino contrario al del payaso.
Regresó a su casa. Por el camino recordó en todo lo que le había ocurrido esa
tarde. Había visto las ondas del agua como se alejaban del centro y, sin
embargo, él había hecho lo contrario que era acercarse a un grupo desconocido
atraído por su alegría.
Caía la noche cuando llegó a su casa. Allí todo
parecía tener el mismo aspecto que cuando salió por la mañana, pero, sin
embargo, notaba que algo había cambiado. Se miró en el espejo de la entrada y
vio que ya no era exactamente como se había mirado en el reflejo del estanque
donde las ondas se habían movido alejándose. Escuchó a su madre que lo llamaba
para la cena. Tenía hambre así que pensó que si algo había cambiado en él ya lo
averiguaría mañana.
Me ha gustado mucho este relato como comienzas con la tristeza del muchacho y cómo llega a su casa de otra manera. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Maria del Carmen,
EliminarLa tristeza provocada por los cambios propios de la adolescencia se puede superar al contemplar lo que te rodea. Muchas gracias por tu hermoso comentario. Un abrazo.
Me ha gustado mucho Francisca. Esa metamorfosis que da al chaval algo de alegría después de como comenzó el relato.
ResponderEliminar¡Muchos besos! :D
Son los típicos cambios de humor de la adolescencia cuando no se sabe muy bien si se quiere estar solo o se desea con toda el alma la compañía de todos. Me alegra saber que te ha gustado. Un abrazo.
Eliminarhola! cada vez que te visitamos nos vamos con una sonrisa y una emocion distinta, gracias, es muy tierno! abrazosbuhos
ResponderEliminarMuchas gracias amigas por sus visitas tan entrañables. Espero que hayan disfrutado con este relato sobre la adolescencia y sus cambios de humor. Un abrazo.
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