La juventud, la inocencia o tal vez la curiosidad de uno hacia el otro, provocó que tanto Boris como Irina se sintiesen atraídos. La joven le preguntó cuál era el camino que iba a elegir en aquella encrucijada y Boris respondió que el que le llevase hacia la casa del lago.
–Creo que es este de
la derecha, pero hace tantos años que no he estado por aquí. –mintió Boris.
–que tengo alguna dificultad para reconocerlo.
–¿Es usted de aquí?
–le preguntó Irina.
–Sí.
–Pues no le conozco.
–indicó Irina. –Y desde que he nacido no me he movido de este pueblo y creo
conocer a todos sus habitantes.
–Quizás no los conocía
a todos. –afirmó Boris. –Porque yo he nacido aquí.
–¿En serio? Creo que
me está intentando tomar el pelo. –indicó Irina con un rubor más intenso en sus
mejillas.
Boris sonrió.
–Bueno, es normal que
no me conozca porque nada más nacer, mis padres se trasladaron a otra
población; algo más al Sur.
Y continuó tejiendo
una mentira para convencer a Irina de lo que decía era una verdad. Poco a poco
la cara de la muchacha cambió del asombro al interés y, a continuación, hacia
la curiosidad, por lo que le contaba el desconocido.
Boris contó que
siempre había deseado conocer el lugar donde había nacido, así que, sin
pensarlo mucho, tras su último cumpleaños, cuando había adquirido la mayoría de
edad legal, decidió emprender el camino y acercarse a la aldea.
–Creo que los
habitantes de la casa del lago me podrán contar algún detalle más de mi vida.
–La familia Ivanoff
son mis amigos. –señaló Irina. –Una de sus hijas, Olga, es muy amiga mía. Hemos
crecido juntas. Tenemos la misma edad.
–Olga es la mediana
¿verdad? –preguntó Boris como quien hace una pregunta al azar.
–Sí. La mayor es
Natasha, le sigue Olga y a continuación está el pequeño Sasha. Ese es el
diablillo de la casa.
–¿Y los padres? ¿Viven
todavía?
–El señor Ivanoff hace
unos diez años que falleció y, al poco tiempo, Natasha se fue a la ciudad, pero
el resto de la familia sigue en la casa del lago. Si quiere le acompaño y habla
con ellos.
–Sería muy amable de su
parte.
Y así fue como Irina y
Boris se encaminaron hacia la casa del lago. Aquella casa quedaba algo retirada
del resto. Cruzaron el pequeño puente de madera que el propio señor Ivanoff
había construido para salvar el camino que rodeaba el bosque. Cuando estaban en
medio del paso escucharon lo que semejaban ser los tiros de una escopeta. Los
dos jóvenes se detuvieron, a continuación, se escuchó un grito y una vez que
decía.
–Huye pequeño Sasha,
huye.
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