Cuando era pequeña y estudiaba en la escuela pública, la
maestra que me enseñó a leer, nos leyó un fragmento de una obra de Miguel de
Unamuno. No se que libro era, sólo sé que me impresionaron aquellas palabras
hasta no poderlas olvidar nunca. Unamuno hablaba del orgullo que tenía de ser
de pueblo. De lo feliz que se sentía cuando hablaba de que en su pueblo los
hombres usaban pantalones de pana, o que en su pueblo, las tareas del campo se
hacían de una manera u otra. Creo recordar que el personaje que Unamuno había creado,
vivía en una gran ciudad y usaba esas palabras para reafirmar sus raíces
pueblerinas con pasión de tener un pasado.
No creo que esa lectura se haga en las escuelas actuales.
Mi memoria infantil no captó que si se había incluido en el plan de estudios
del momento era debido a que se quería fomentar el espíritu nacional de la
educación franquista. No obstante, la idea de que algo bueno tienen los
pueblos, que todos los que vivíamos en un pueblo y si este rural, teníamos un
pasado que no debía ser escondido, esa idea caló en mí.
Puede que este recuerdo infantil
no tenga mucho que ver con la situación actual que estamos viviendo en nuestro
país o sí. Nada es gratuito. Ese fragmento me lleva a engarzar la situación de
desprotección que España esta viviendo ante un gobierno que teme sacar sus
raíces y se deja amedrentar por el poder que muestran desde los países del
norte. Nadie tiene la verdad absoluta. Nadie puede creer que todo lo que tiene
a su alrededor es perfecto e idílico, pero tampoco puede pensar que todo lo que
venga de fuera es mejor. Que todo lo que nos impongan desde otras culturas,
otras sociedades, con otras raíces, puede ser mejor que lo que tenemos. Quizá
mi idea de una España que se mira hacia sí misma y no hacia los que critican
desde fuera no es moderna. Quizá mi postura de reivindicar la cultura del
pueblo no sea la más acertada pero no por ello voy a dejar de pedir que se haga
una reflexión comunitaria sobre lo que esta ocurriendo en nuestro país.
No podemos soportar por más
tiempo ver a la gente en colas de caridad pidiendo un plato caliente porque no
tiene ni dinero para pagárselo. No podemos consentir que los bancos echen a la
calle a las personas que no pueden afrontar las deudas. No podemos admitir que
los niños no puedan tener una educación pública, digna y gratuita donde poder
aprender a convivir en nuestra sociedad. Es inadmisible que se destruya la
sanidad pública y se eliminen los medios que esa sociedad del bienestar que
tanto nos ha costado a todos los españoles.
Y así estaría nombrando uno a uno
todos los desmanes que, en menos de diez meses este gobierno esta aplicando a
nuestro país. Sí, ese país de pequeños pueblos, o de grandes ciudades, según
como se quiera ver y considerar.
Necesitamos reaccionar ante esa
agresión directa y continuada que nos lanzan tanto desde dentro, como desde
fuera de nuestra sociedad. No tengo la solución que lo resuelva todo, pero
tampoco pienso quedarme quieta y callada esperando que toquemos fondo hacia un
futuro incierto.
Debemos activar nuestros propios
recursos. Hay que buscar en el fondo de nuestro patrimonio social y moral para
poder salir de ésta y creo que la clave se encuentra en el retorno a nuestros
orígenes. Yo soy de pueblo. Me siento orgullosa de
serlo y por eso creo que la solución esta en ver y reconocer nuestra historia.
Estoy segura que mirar hacia atrás, hacia nuestra propia cultura, forjada con
el paso del tiempo, nos puede llevar a solucionar más de un problema. En la
plaza mayor de cada pueblo se reunían todos. Allí se llegaba al debate y a la
búsqueda de la solución de todo. Yo pido esa vuelta a la plaza, a ese punto de
encuentro entre ricos y pobres que puedan solucionar lo que nos pasa y la plaza
mayor de la democracia es el parlamento. Lo necesitamos.
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