domingo, 28 de octubre de 2012

PLAZA MAYOR



Cuando era pequeña y estudiaba en la escuela pública, la maestra que me enseñó a leer, nos leyó un fragmento de una obra de Miguel de Unamuno. No se que libro era, sólo sé que me impresionaron aquellas palabras hasta no poderlas olvidar nunca. Unamuno hablaba del orgullo que tenía de ser de pueblo. De lo feliz que se sentía cuando hablaba de que en su pueblo los hombres usaban pantalones de pana, o que en su pueblo, las tareas del campo se hacían de una manera u otra. Creo recordar que el personaje que Unamuno había creado, vivía en una gran ciudad y usaba esas palabras para reafirmar sus raíces pueblerinas con pasión de tener un pasado.
No creo que esa lectura se haga en las escuelas actuales. Mi memoria infantil no captó que si se había incluido en el plan de estudios del momento era debido a que se quería fomentar el espíritu nacional de la educación franquista. No obstante, la idea de que algo bueno tienen los pueblos, que todos los que vivíamos en un pueblo y si este rural, teníamos un pasado que no debía ser escondido, esa idea caló en mí.
Puede que este recuerdo infantil no tenga mucho que ver con la situación actual que estamos viviendo en nuestro país o sí. Nada es gratuito. Ese fragmento me lleva a engarzar la situación de desprotección que España esta viviendo ante un gobierno que teme sacar sus raíces y se deja amedrentar por el poder que muestran desde los países del norte. Nadie tiene la verdad absoluta. Nadie puede creer que todo lo que tiene a su alrededor es perfecto e idílico, pero tampoco puede pensar que todo lo que venga de fuera es mejor. Que todo lo que nos impongan desde otras culturas, otras sociedades, con otras raíces, puede ser mejor que lo que tenemos. Quizá mi idea de una España que se mira hacia sí misma y no hacia los que critican desde fuera no es moderna. Quizá mi postura de reivindicar la cultura del pueblo no sea la más acertada pero no por ello voy a dejar de pedir que se haga una reflexión comunitaria sobre lo que esta ocurriendo en nuestro país.
No podemos soportar por más tiempo ver a la gente en colas de caridad pidiendo un plato caliente porque no tiene ni dinero para pagárselo. No podemos consentir que los bancos echen a la calle a las personas que no pueden afrontar las deudas. No podemos admitir que los niños no puedan tener una educación pública, digna y gratuita donde poder aprender a convivir en nuestra sociedad. Es inadmisible que se destruya la sanidad pública y se eliminen los medios que esa sociedad del bienestar que tanto nos ha costado a todos los españoles.
Y así estaría nombrando uno a uno todos los desmanes que, en menos de diez meses este gobierno esta aplicando a nuestro país. Sí, ese país de pequeños pueblos, o de grandes ciudades, según como se quiera ver y considerar.
Necesitamos reaccionar ante esa agresión directa y continuada que nos lanzan tanto desde dentro, como desde fuera de nuestra sociedad. No tengo la solución que lo resuelva todo, pero tampoco pienso quedarme quieta y callada esperando que toquemos fondo hacia un futuro incierto.
Debemos activar nuestros propios recursos. Hay que buscar en el fondo de nuestro patrimonio social y moral para poder salir de ésta y creo que la clave se encuentra en el retorno a nuestros orígenes. Yo soy de pueblo. Me siento orgullosa de serlo y por eso creo que la solución esta en ver y reconocer nuestra historia. Estoy segura que mirar hacia atrás, hacia nuestra propia cultura, forjada con el paso del tiempo, nos puede llevar a solucionar más de un problema. En la plaza mayor de cada pueblo se reunían todos. Allí se llegaba al debate y a la búsqueda de la solución de todo. Yo pido esa vuelta a la plaza, a ese punto de encuentro entre ricos y pobres que puedan solucionar lo que nos pasa y la plaza mayor de la democracia es el parlamento. Lo necesitamos.

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