Esta tarde me ha visitado mi vecina
sorda muy muy alterada.
-¿Has visto las noticias? ¿Te has
enterado de lo de la epidemia?
No ha hecho falta que le contestase.
Ella me ha saeteado con preguntas y respuestas de cliché durante más de media
hora. Ni que decir tiene que he soportado todas sus observaciones
liberales de profundo sabor rancio decimonónico con las que ha aderezado su
soliloquio, pero lo que más me ha sorprendido ha sido que ella misma ha concluido
su perorata de una manera inesperada e infrecuente.
-Creo que ahora la culpa de todo la
tiene Rajoy. No comprendo cómo mantiene a esa inepta en el ministerio o quizá
es que quiere matarnos a todos y ella ya lo lleva incluido en su apellido.
Claro como ellos tienen un búnker preparado en la Moncloa.
Mientras decía estas palabras no
dejaba de hurgar en su bolsillo derecho. Se podía oír el sonido de un papel que
crujía entre sus dedos. También se apreciaba el murmullo del jugueteo de sus
dedos con algunas monedas. Me sorprendió que lo hiciese pues nunca le hacía con
esa actitud azarosa y ostentosa sobre su bien favorito. Siguió hablando un
buen rato de la epidemia que viene a nuestro país y al fin habló en boca de
quien cree que es un experto: su sobrino.
-Mi sobrino Iván me ha dicho que no
tenemos solución. Opina que esto sólo se puede arreglar con una guerra.
Con esa última sentencia, sin
pensarlo más le he interrumpido y he intentado hacerle entrar en razón.
-Vecina, no piense eso porque lo
único que va a conseguir es amargarse y tampoco es eso sano.
-No, Iván lo ha dicho y él lo puede
saber mejor que nadie porque ha viajado a esos países más veces que todos
nosotros. Siempre que vuelve de una misión me lo explica con estas palabras:
'tía, no hay otra la solución y es una guerra, es la única que puede llevarnos
a que se remedien todos los males del mundo'.
No conozco a ese sobrino. No
sabía de su existencia. No sabía que fuese en misión a países lejanos. No sabía
que opinaba. No sabía que él tampoco sabía.
Intenté explicarle que ese argumento
era absurdo. 'Las guerras no son un remedio, son el problema', le dije.
No hubo manera de convencerla y más
cuando esgrimió el tajante valor de su querido sobrino.
-No hay otra, me lo ha dicho Iván,
somos demasiados en el mundo y sobran unos cuantos miles. Si con un alfiler
intentas mantener una realidad, no la vas a superar nunca.
Creo que en ese momento mi cara
adquiría tonos carmesíes las palabras han salido en tropel de mi boca.
-Dígale a su sobrino que los que
sobran son unos cuantos como él que piensa de esa manera ¿Qué clase
de persona es su sobrino que va en misión humanitaria y decide quien
debe vivir o quien está de más en este mundo? No lo conozco ni quisiera
conocerlo nunca -le dije- pero si tan experto se cree, dígale que predique con
el ejemplo, la mejor manera de hacerlo es empezando por uno mismo.
Mi vecina me ha mirado con asombro.
Nunca me había visto tan exaltada rebatiéndole sus comentarios por eso, antes
de hablar se ha tomado unos segundos para luego decirme mientras me mostraba el
dinero que, minutos antes, había hecho sonar en su bolsillo derecho:
-Bueno, creo que lo mejor que puedo
hacer es gastarme este dinero en un décimo de lotería. Esta mañana, me ha
pagado un inquilino del que no esperaba cobrar. Me debe muchos meses, pero como
este año es electoral, dice que le han pagado unos los atrasos que le deben de
su pensión.
Me muestra la mano y me enseña unos
cuantos euros con un billete de cinco.
-No creo que me llegue para el décimo
con esta calderilla, pero, quien sabe, si la suerte está llamando a mi puerta y
esta vez sí que consigo que me toque un buen pellizco.
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