martes, 14 de octubre de 2014

UNA GRAN SUPERFICIE Y UNA HISTORIA PEQUEÑA



Debo confesarlo: no me gusta el otoño ¿Por qué? porque es el final del optimismo veraniego y el inicio de la seriedad del invierno. Todos los otoños tengo la misma sensación tristona, por eso, no permito que me venza e intento reinventarme cada día. Hay que cambiar, me digo, hay que improvisar esa es la única manera de salir entera de estos días cortos y grisáceos. Ponle color al invierno. Y así lo hago. Voy a unos grandes almacenes y compro más lana para mis pasatiempos tanto los presentes como los futuros.
Entro en una gran superficie y noto algo extraño. Qué raro - pienso-  es la hora en la que todo el mundo suele venir a comprar y hay muy poca gente.
Me paseo por las distintas plantas. No hay aglomeraciones. Tampoco está la típica clienta que va a pasar el rato mirando precios y que sólo siente interés por lo que tú miras.
Continúo subiendo  y llego a la planta donde se encuentra la mercería. Se trata de un lugar reducido, concentrado tanto que el mostrador, las estanterías, las ofertas y las clientas constantes se ubican en un minúsculo entorno de dos por dos.
No tengo que mirar mucho. Voy directa a las ofertas y... ¡Qué ofertas! Me sorprendo al ver unos precios tan reducidos y en esta estación del año que suele ser una de las más caras. Tomo mis ovillos y me voy al mostrador para pagar aunque es tan grande la tentación que le digo al dependiente:
-Un momento que voy a por unos cuanto más.
El empleado es un señor muy cortés de mediana edad.
-No se preocupe, puede mirar lo que quiera.
Mientras me anima a comprar más, me fijo en otra señora que me mira inquisitivamente. Me observa desde los pies hasta la cabeza. Por lo visto despierto su interés por que deja de interesarse por lo que debía necesitar y me sigue hasta el estante de las ofertas. A los pocos segundos parece perder el interés en mis cosas y se marcha hacia otro estante de ovillos. Es un alivio notar que se marcha.
Escojo más ovillos y, cuando ya no puedo acumular más, voy al mostrador y descargo mi preciado botín.
-Señora si le hacen falta más ovillos aproveche el momento porque estamos haciendo una buena rebaja. – me dice amablemente el empleado.
-Sí, lo he observado y me ha sorprendido. – Opino perpleja. – No es normal que ocurra esto en el otoño.
Mientras me introduce los ovillos en una gran bolsa, el empleado, con un tono suave y discreto me confirma lo que comenzaba a sospechar:
-A partir de ahora va a ver cosas de este tipo, señora. Las ofertas y rebajas se espacian en el tiempo y se concentran de viernes a domingo.
-¿Domingo? –Digo.- No me parece correcto que les obliguen a trabajar el día de descanso.– Opino con toda sinceridad.
El empleado me mira con cara neutra y continua con su comentario a media voz.
-Lo tenemos ya asumido. No queda otra: o no comemos o no vemos a la familia. Aunque no lo crea se están haciendo contratos exclusivamente de fin de semana.
-Bueno, si es así y crean algún puesto de trabajo más, me callo. – Le interrumpo. – Pero yo no vendré a comprar los domingos.– Volví a insistir.
-Los contratos que se hacen son contratos de 200 euros al mes. La jornada laboral es de viernes a domingo.
Creo que mi cara de asombro le anima a continuar hablándome aunque siempre a media voz.
-En realidad es preferible que te paguen un poco más y quedarte en casa. - Asentí.-
Le pago. Me voy pensativa hacia mi casa.
Estoy contenta por la oferta que he conseguido y, al mismo tiempo, entristecida por la injusticia laboral y social que me ha contado el empleado de la gran superficie.
A mi memoria vienen las palabras del autor-actor Alberto San Juan

‘Es tiempo de cambiar nuestra historia, antes de que se la lleven los demonios, porque quiero pensar que no hay demonios. Son hombres los que pagan a los gobiernos, son hombres los empresarios de la falsa historia, son hombres quienes han vendido al hombre y le han convertido a la pobreza y han secuestrado la salud de España. Pido a España, a Cataluña a Euskadi que expulse a esos demonios, que la pobreza suba hasta el gobierno, que sea el hombre el dueño de su propia historia.’


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