En el siglo XIX París se
vio inmersa en continuos actos delictivos y violencia que superaba a las autoridades del momento. La
policía parisina no disponía de bastantes recursos para controlar los robos y
asesinatos que se daban. Era tal el cúmulo delitos que se producían que se vio obligada
a crear un cuerpo policial específico y nuevo denominado La Sureté. La sede
principal estaba en París y la jefatura se ofreció a un delincuente muy
conocido de la ciudad: Eugene François Vidocq (1775-1857). Vidocq hasta
entonces, había sido
considerado enemigo público, no obstante, las
autoridades francesas le otorgaron este poder debido a su profundo conocimiento
del hampa y los bajos fondos parisinos. La autoridad francesa creyó que
podría controlar a Vidocq, ya dentro de
la ley. Se equivocaron. El astuto ladrón montó una red de confidentes donde introdujo
exdelincuentes que sabían moverse muy bien en el mundo del crimen y que además contribuían
a favorecerlo. Con el poder que le habían otorgado dio el primer paso para la
formación de la primera oficina de detectives privados que actuaba
paralelamente a la policía. Muy pronto las autoridades francesas comprendieron
que habían cometido un gran error con su nombramiento y lo apartaron de dicho
cuerpo, aunque él ya había formado su organización que funcionaba perfectamente paralelamente a la legal. El propio Vidocq fue el que explicó estos orígenes
de la policía francesa en algunos de sus libros: Mémoires (1828) y Les Voleurs
(1836) entre otros. Sus testimonios sirvieron como una de las principales
fuentes de inspiración para los escritores que buscaban nuevas vías tanto en la
narrativa como en la escena. La realidad de las calles se convirtió en argumento
de los folletines de la prensa y luego en espectáculos de teatro.
Las últimas noticias que se están produciendo en España nos transporta a esos tiempos
decimonónicos castizos que también se reflejaron en nuestra
literatura. Estamos en el siglo XXI pero las historias se repiten. Son los políticos
quienes, como autoridad competente, confían en esos aduladores de
oscuros pasados, así como en pequeños aprendices a escolta que, con sus
picardías, consiguen destapar las vergüenzas ajenas con un único fin de satisfacer
su propio provecho pues luego pasan a ser, ellos mismos, políticos.
La ciudadanía, sin
quererlo, nos sentimos transportados a esos barrios tortuosos, oscuros,
mugrientos de antaño, donde sólo podían llevar un cuello de camisa duro y
limpio aquellos que se consideraban merecedores de ellos como si fuesen de una
clase superior. Los ciudadanos nos sentimos golpeados por el fraude, la
malversación de fondos, los desfalcos de cuentas, los robos de los depósitos
monetarios, evasión del capital, expolio por una oligarquía que actuaba, hasta
hace poco, con total impunidad. Hay unos personajes que se atreven a mirarnos
por encima del hombro, al resto de los ciudadanos, por no formar parte de su mismo círculo, de su
mismo club. Esos grotescos
personajes, forman círculos viciosos llenos de oscuras operaciones de negocios
que se cierran en fiestas a las tres de la tarde, en yates alquilados a precios
astronómicos para tan sólo ver un amanecer, en comilonas pagadas con la tarjeta
que no declaran. Esos zafios personajes critican y se burlan de los ciudadanos
que no pueden llegar a fin de mes, de esos contribuyentes que han perdido su
trabajo, sus ahorros en falsos fondos financieros y se ríen en nuestra propia
cara conocedores de que sus fechorías serán perdonadas con tan sólo una palmadita al
hombro. Su codicia les ha llevado al extremo de desvalijar los bolsillos de los
pensionistas, de los jóvenes estudiantes, de las mujeres trabajadoras, sin ningún rubor. Cuando salen a los medios de comunicación excusan su actitud echando la culpa a los funcionarios por tener un trabajo
estable y controlado por el fisco, a los jubilados que dicen viven demasiados
años y van tanto al médico, en definitiva, que la culpa de que la vaca española
se haya quedado en los huesos, sólo la tiene la ciudadanía que no ellos que han tomado
posesión de todo como si fuese suyo.
Estos días asistimos a
redadas de corruptos desenmascarados, contemplamos registros y controles de esa red de
ladrones que nos ninguneaba, hasta hace nada, con total impunidad. El listón de la sorpresa
diaria es alto pero no lo suficiente como para llegar a impresionarnos del todo
y arrancarnos el mal sabor de boca de ver como sigue desapareciendo nuestra dignidad por un entramado de delincuentes de
cuello almidonado.
Los ciudadanos necesitamos más,
necesitamos ver que el Vidocq español, ese fantasmagórico ladrón que creó el
entramado de la villanía política, caiga junto con sus acólitos. Me pregunto si
tardaremos mucho en llegar a verlo o, por el contrario, sólo será un deseo, una ilusión, un espejismo.
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