viernes, 3 de octubre de 2014

NUEVA VISITA DE MI VECINA SORDA




Mi vecina, creo que ya la conocéis, volvió a asaltar la paz de mi casa con sus constantes repiqueteos del timbre de la puerta.
-Espero que no estés durmiendo -volvió a repetirme como saludo cuando le abrí la puerta. 
Ya ni me molesto en responderle a ese a modo de saludo. Le permito el beneficio de la duda porque para qué quiero levantar la voz si me van a oír todos los del vecindario menos ella. No, no penséis que es debido a su sordera física, al contrario, es que no quiere escuchar lo que le digo. Esta vez tampoco opinó sobre mis macetas, de lo que deduje que habían pasado el examen de humedad. Se sentó junto a mí y miró la pantalla de mi ordenador, encendido sobre la mesa:
-Creo que un aparato como este yo debería comprarle a mi marido. Está tan aburrido que cuando se sienta en el sofá se pasa el rato roncando.
Le expliqué que era una buena idea, que era una buena forma de asomarse al mundo a través de la pantalla y enterarse de las últimas noticias sin tener que pasar por el tamiz de la censura televisiva. 
¡Qué poco tacto tuve! Comenzó el ataque:
-¿Te has enterado de que ha dimitido Gallardón?
Esta vez contuve a mi prudencia y me apresuré a contestarle. Claro que me había enterado y que estaba tan contenta de esa retirada de la retrógrada ley, que había salido a demostrar mi alegría a la calle. Le dije que esa decisión que había tomado el político conservador, de abandonar la política, la tenía que haber tomado desde siempre. Había demostrado que era un mal gestor pues había gastado el dinero a manos llenas en todos los altos cargos que había ocupado. Que un político tan retrógrado era pernicioso para nuestra salud. Demostraba que su intención era a continuación recetarnos el cinturón de castidad como medicina preventiva.
Lo reconozco. Esta vez fui yo quien le provocó sus respuestas reaccionarias al expresar mi opinión con libertad. No calculé la catarata de impertinencias que me iba a soltar sobre la castidad, la torpeza de las mujeres por querer ser iguales y superiores a los hombres y que más de una tiene la culpa de lo que le pasa, etc, etc, etc.
Creo que mi cara comenzó a pasar del rojo indignación al violeta de la contención. No se puede conversar ni opinar con alguien que no quiere comprender las opiniones de los demás. Una postura, por desgracia, muy típica de los conservadores.
Ya comenzaba a sentirme mal, porque sus barbaridades eran rebatibles con los ejemplos que convivían en su propia casa, pero, una vez más, fui prudente. Me contuve. 
Le dejé hablar hasta que, por fin, pareció entender que yo no compartía ninguna de sus opiniones. Me miró y me dijo:
-Me voy, ya te he dado la monserga con mis cosas. Yo ya sé que eres una chica moderna, pero alguien te lo tenía que decir. Hasta otro ratito.
En el fondo siento compasión por ella, pero muy en el fondo, claro.

2 comentarios:

  1. Las visitas de tu vecina dan para una serie televisiva... O incluso para una obra a base de flashes.
    Enhorabuena

    ResponderEliminar
  2. Con mi vecina, sus hijas, algunos vecinos más como los marqueses y otros que tengo en el tintero, te aseguro Josep Lluís que el éxito de la serie estaba asegurado. Cuando quieras comenzamos a diseñarla. Gracias por la lectura. Continuaré.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.