Yo
diría que le di cuerda antes de acostarme. Estoy casi seguro -Pensó en voz
alta- Lo que no me explico es cómo puede seguir funcionando si cuando la
construí le puse un límite.
Estas eran las elucubraciones del relojero, mientras
observaba a la mujer autómata que se había construido para que le hiciese
compañía. En realidad, esa era la excusa porque lo que realmente necesitaba, era
una criada, alguien que lo atendiese.
Estuvo un buen rato observándola. Fijó su
mirada en sus movimientos mientras ordenaba la mesa. Algo había cambiado en ella. Algo
era distinto, desde luego. En su mirada se adivinaba la diferencia que hasta
ese instante no tenía. Se perdió unos minutos de su presencia. Cuando volvió al
salón se fijó con más interés en su mirada. Le miró directamente a los ojos y, por fin, descubrió qué era lo que
había cambiado. Ya nada sería igual a partir de ese instante. Ella era igual que él.
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