Harta de
caminar bajo un sol urbano inclemente decidí subirme a uno de los
autobuses metropolitanos. El vehículo se desplazaba por las calles angostas con rapidez. El aire acondicionado refrescaba el ambiente, aunque ensordecía a
los que estábamos en su interior.
Todo duró menos de cinco minutos. Casi no tuvimos tiempo de reaccionar. El semáforo se puso en rojo. El conductor la vio cruzar. Gritó su nombre dos veces:
-¡Amparo! ¡Amparo!
Todo duró menos de cinco minutos. Casi no tuvimos tiempo de reaccionar. El semáforo se puso en rojo. El conductor la vio cruzar. Gritó su nombre dos veces:
-¡Amparo! ¡Amparo!
Harta
de caminar bajo un sol urbano inclemente decidí subirme a uno de los
autobuses metropolitanos. El vehículo se desplazaba por las calles angostas con
rapidez. El aire acondicionado refrescaba el ambiente, aunque ensordecía a los
que estábamos en su interior.
Todo
duró menos de cinco minutos. Casi no tuvimos tiempo de reaccionar. El semáforo
se puso en rojo. El conductor la vio cruzar. Gritó su nombre dos veces:
-¡Amparo!
¡Amparo!
Ella
no se dio cuenta ni pudo escuchar su nombre gritado desde el interior del
autobús. El semáforo continuaba rojo. La inquietud del conductor iba en
aumento.
-¡Escúchame
Amparo! -Volvió a gritar. Ella cruzó la calle. No se fijó en el autobús. No
pudo ver los gestos que le prodigaba el aturdido conductor.
Todo
el pasaje prestamos atención. Los que iban hablando cesaron su conversación y
los que estaban callados contuvieron la respiración.
El beso de Gustav Klimt.
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Fueron
unas décimas de segundo que se eternizaron en el tiempo. El conductor frenó el
autobús. Se levantó de su asiento y volviéndose hacia el pasaje dijo:
-Disculpen.
Abrió
la puerta. Saltó a la acera y corrió tras la chica con la intención de
alcanzarla.
-Amparo,
por favor, Amparo. -Volvió a gritar.
La
chica se detuvo. Esta vez sí que oyó su nombre gritado por una voz angustiada.
Nadie
pudo oír qué se dijeron. Nadie entendió ni una palabra.
Nuestra atención estaba en su encuentro. Un breve intercambio de
palabras entre ambos y, a continuación, un deseado beso. Todos lo comprendimos.
Una sonrisa, una caricia, entre ambos, selló su complicidad. El conductor
regresó. Antes de arrancar masculló unas palabras.
-Lo
siento, pero…
No
pudo terminar la frase porque todos comenzamos a aplaudir.
Se
ruborizó. Ocupó su asiento. Arrancó. Continuó la ruta.
La
mujer que estaba sentada a mi lado me dijo:
-Un
bonito final para una discusión.
Le
sonreí y le repliqué:
-O
quizás un bello comienzo para toda una vida.
Mi
parada era la siguiente. Me apeé del autobús con una sonrisa.
Amiga, un hecho cotidiano lo conviertes en un encantador relato.
ResponderEliminarBesos
La imaginación está para embellecer lo cotidiano. Gracias por la lectura y el comentario.
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