domingo, 23 de agosto de 2015

UN DOMINGO DE ENERO POR LA TARDE





Recuerdo que era enero. Lo recuerdo porque ese mes siempre me ha parecido el mes más insípido de todos los del año. ¿Por qué? os preguntaréis y la respuesta creo que es sencilla, durante todo el mes de diciembre no cesan las fiestas y, además se celebra la venida de un año nuevo, enero, que suele comenzar con las sobras del anterior.
Era el segundo domingo del mes. No sé muy bien cual era motivo por el que íbamos a visitar a mis tíos si ya los habíamos visto en las reuniones familiares de las fiestas. Con el paso del tiempo, he comprendido que en mi familia nunca se han hecho las cosas porque sí, siempre ha habido algún motivo que las justifique, y, por supuesto, esta visita no iba a ser una excepción a la norma familiar.
Como siempre, para poder llegar a su casa, tuvimos que tomar dos transportes, uno el habitual: el trenet y, a continuación, el bus. Mi tía había decidido alejarse físicamente de la familia todo lo que pudo y, por supuesto, lo había conseguido.
Cuando llegamos al portal de su edificio, aún nos quedaba por franquear una escalera estrecha por la que subir cuatro pisos. El edificio no tenía ascensor.
Cuando entramos y tras los saludos pertinentes noté que algo debía suceder entre los mayores, es decir, mis padres y mis tíos, pues tenían mucho interés en hablar entre ellos y, sobre todo, que nosotras, las pequeñas, no escuchásemos su conversación. De pronto mi prima, la mayor, dijo:
"Podríamos ir al cine"
A mí aquello me sonó de maravilla. Me encantó la idea. Desde ese momento centré mi admiración en mi prima, aunque más tarde comprendí que todo era una estratagema y que ella formaba parte del complot de los mayores para evitar nuestra presencia en su conversación.
El cine estaba cerca de su casa. Era un cine de reestreno y los domingos tenía varias sesiones. Nos dimos prisa por entrar en la sala. Recuerdo que era una sala estrecha y, además, tuve la sensación de que era mucho más pequeña que cualquier otro cine de los que había ido antes, aunque, ahora, después de tanto tiempo, tampoco lo sabría decir a ciencia cierta. Hacía calor dentro de ella, lo suficiente como para quitarse el abrigo. Nos acomodamos en unas buenas butacas. Antes de que se apagasen las luces se escuchaba un gran murmullo entre las familias que  también se estaban acomodando en la sala. Inmediatamente se apagaron las luces y, entonces, cesaron los comentarios. La pantalla se vio iluminada por los primeros títulos de crédito de la película. Todos los que estábamos en la sala, nos quedamos expectantes. Una simpática música de fondo compuesta de silbidos y una pegadiza canción los acompañaba. Aquella banda sonora, rápidamente, nos introdujo en lo que se iba a proyectar. Con las prisas por salir de casa de mis tíos, mi prima no nos me había dicho qué película íbamos a ver, por eso todavía estaba más atenta a lo que se proyectaba y vi, complacida, que se trataba de una película del Oeste. Esas eran de las que a mi padre y a mí tanto nos gustaba ver en  la televisión. Pensé que había sido una lástima que él no nos acompañase, pues estaba segura de que le hubiese gustado más venir al cine que quedarse ha hablar con los mayores. De pronto me di cuenta de que aquella película no era como todas porque  los protagonistas hacían tonterías y con ellas provocaban las risas de todos los que estábamos en la sala.
Me reí en cada una de las bromas y de las bofetadas que se repartieron entre todos los que estaban en aquel poblado lleno de polvo y suciedad. Hubo un momento en el que dejé de fijarme en la pantalla y miré a los que estaban sentados junto a mí. Las risas eran unísonas. Todos reían como queriendo disfrutar de las bromas y broncas de la pantalla. Aquella película cómica semejaba ser la solución a sus problemas. Por un instante, nadie pensaba en nada que no fuese reírse de la simplicidad. Volví a meterme en la historia y disfruté de la sencillez que, en cierta manera, nos hacía a todos un poco más felices.
Terminada la película, cuando volvíamos hacia casa de mis tíos, todas las primas y primos no dejábamos de hablar de cuánto nos habíamos reído y los bien que nos lo habíamos pasado. Cuando llegamos a casa de mis tíos, mis padres ya estaban poniéndose los abrigos. Nos preguntaron si nos había gustado y si lo habíamos pasado bien. Fue en ese instante cuando comprendí que la idea divertida de mi prima había sido premeditada por ella pues dijo:
"¿Ya lo habéis aclarado todo? entonces es la hora de despedirnos."
Me hubiese gustado tener tiempo para hacer que todos se sentasen y poder contarles la película tan divertida que habíamos visto, pero el tiempo se nos echaba encima. Debíamos tomar el bus y, a continuación el trenet para regresar a casa.
Muchos años después supe el verdadero motivo de aquella visita de enero y también porque ese día fuimos al cine del barrio pero, con el tiempo, tampoco me importó tanto saberlo. Lo importante siempre será que aquella tarde fue muy divertida y, además, había podido ver una película del Oeste en una pantalla de cine.

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