25
de julio de 2035
Dice
mi médico que debo llevar un diario de todo lo que me ocurre durante el
día. Piensa que es bueno para ejercitar la memoria. ¡Mi cansada memoria! Quizá
sea ella tan sabia, qué con el olvido instantáneo, me muestra que no es tan
necesario recordar lo concreto. Hoy tengo poco que reseñar en este diario.
Desde que ya no tenemos cambios de estación y no distingo el verano intenso del
templado invierno, todos los días me parecen iguales. Mis cansados huesos
siguen añorando la sucesión de las estaciones. No obstante, a mis casi setenta
y un años, no me quejo. Tengo suerte. Llevo una vida apacible porque hace años
me pude permitir el lujo de adquirir un replicante
para cuidarme. No es un modelo de los más modernos. No puedo comprarme el
mejor, pero, para mis necesidades, cumple su papel a la perfección. Le llamo Nexus. El
nombre es producto de un cariño especial y un espíritu romántico que arrastro
desde el pasado siglo. A mi edad, las denominaciones, así como la originalidad
ya me preocupan poco.
Para
estar ocupada intento aprender, descubrir y conocer todos los días algo nuevo.
Me aferro a esos pequeños detalles que me permiten, una y otra vez, recrear la
sensibilidad de las cosas y disfrutarlas. En ocasiones, me sorprendo
esbozando algunos pensamientos en voz alta y, entonces, Nexus viene
en mi ayuda dándome conversación para que no me desanime. Creo que está
programado para eso.
Recuerdo
que la primera vez que pronuncié la palabra sensibilidad ante Nexus me
preguntó qué significaba. Me detuve un instante a pensar la respuesta y, tras
mirarle directamente a los ojos, le dije la verdad:
-Es una cualidad que tú no puedes tener
porque no eres humano.
No
calibré cuánto pudo doler mi fría respuesta. No articuló ni una palabra más ni
hizo un mal gesto, pero dio por concluida su misión de dialogar conmigo.
Reflexioné
durante un buen rato sobre lo sucedido. Poco después concluí que la
sensibilidad era una cualidad puramente humana que los replicantes no tenían.
Anoté que debo buscar el chip para incorporárselo a Nexus, pero sólo si no es
muy caro.
* * *
21
de septiembre de 2035
Ha
llegado el otoño y sigue haciendo el mismo calor que durante el verano. Sólo se
distingue por el número de horas de luz, pero todo permanece igual. En cuanto a
mí respecta, cada vez tengo menos visitas, pues mis amigos se han ido o no
pueden venir a verme. Los días se suceden sin nada nuevo, aunque hoy, quizá
hoy, haya algo que lo haga distinto del resto. Mi Nexus anda muy
atareado organizando la fiesta de mi cumpleaños. Quiere darme una sorpresa. En
realidad, soy yo quien lo programé para este tipo de cosas, pero hace tanto
tiempo que lo hice casi lo había olvidado. Mi frágil memoria sigue haciendo de
las suyas. Nexus no deja de corretear. Tiene suerte, pues no le duelen
las articulaciones como a mí. Creo que se ha tomado muy en serio lo de
organizar la fiesta. Seguro que logra sorprenderme. Me siento feliz con
él.
* * *
22
de octubre de 2035
Hoy
sí que tengo cosas que contar en este diario. Además de ser mi cumpleaños la
fiesta que me ha organizado Nexus ha sido espectacular. Ha reunido
a todos mis amigos y familiares y les ha obligado a que viniesen a
felicitarme. Sí, estoy segura de que les ha obligado porque,
voluntariamente, no lo habrían hecho. No ha faltado la comida, la bebida, las
risas, los besos, los recuerdos y la emoción contenida. Nexus ha cuidado todos
los detalles incluso la música que ha acompañado toda la fiesta. No consigo
recordar su nombre sólo sé que fue compuesta a finales del siglo XIX y que
nunca ha dejado de maravillarme por su sensibilidad y misterio.
* * *
23
de octubre de 2035
Ayer,
terminada la fiesta, cuando la casa se había quedado vacía y ya estaba Nexus
recogiendo las cosas, me acerqué a él y le di las gracias por la bonita fiesta.
También le pregunté por la selección musical que tanto me había gustado y cuyo
nombre no acertaba a recordar:
«Son
las Gymnopédies de Erick Satie. Hace tiempo que usted me las recomendó para
hacerme un poco más humano. Espero que mi falta de sensibilidad no se haya
notado con el resto de los detalles del acto.»
Me
quedé sin palabras. Se dio la vuelta y continuó con sus tareas. No le vi la
cara, pero juraría que le resbalaba una lágrima por la mejilla. En ese
momento comprendí que a quien le había faltado siempre la sensibilidad sólo era
a mí.
De Juan López Gandía Buen relato de ciencia ficción, Francisca.Haz alguno más con un Nexus casi humano con más sensibilidad que muchos humanos...
ResponderEliminarLo haré, aunque este replicante merece toda una serie propia ¿no? Gracias por la lectura y comentario.
EliminarDe Pili Fernandez Coliflor Oye Francisca, me ha gustado un montón. Y eso que a mí lo de los replicantes es un tema que me da un poco de grima. Con este relato ya me estaba entrando grima extrema así que, por consiguiente, para mí está muy en escrito.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias por leerlo a pesar de la 'grima' que dices que te provoca. No olvides que están hechos a nuestra semejanza. Un abrazo.
EliminarMe dio tristeza...vaya a saber.
ResponderEliminarExcelente como todo lo tuyo y más Nexus!
Hola Búho,
EliminarNo es un relato alegre diría que íntimo y, al mismo tiempo, esperanzador puesto que el personaje desea que los robots tengan sentimientos. Muchas gracias por visitar y leer mi relato. Un abrazo.