jueves, 18 de agosto de 2016

VENDEDORES AMBULANTES: LA LECHE A DOMICILIO

"Xiques, la tía Amparo ja està ací"
Ese era el saludo de la lechera por las casas. 
La tía Amparo, como ella misma se autodenominaba, tenía una vaquería en el corral de su casa. No sé cuántas vacas tendría, pero sí sé que todos los días se paseaba por las calles del pueblo ofreciendo su producto recién ordeñado.
La lechera, en la que transportaba aquel producto natural, debería
pesar alrededor de unos diez litros. Entraba en las casas hasta la cocina. Dejaba el pesado recipiente sobre la mesa y con un cazo de aluminio, que ejercía las funciones de medidor, la vertía. Aquella jarrita debía tener una capacidad de, aproximadamente, de un cuarto de leche.
¿Control de sanidad? ¿A quién podía preocuparle eso? Todos conocían de donde procedía. Se sabía que el alimento que aquellas vacas habían tomado procedía de la huerta de la misma propietaria. Lo único que importaba era que, aquella leche, era recién ordeñada del día.
Mi madre compró, durante bastante tiempo, aquella leche cremosa. Por supuesto que tenía la precaución de hervirla y enfriarla antes de que la tomásemos nadie de la casa. Se bebía sola o con el café o para cocinar un cremoso chocolate. También había otras formas de  tomarla y era como leche merengada o bien en un sabroso flan de huevo casero.
La tía Amparo dejó de vender leche a domicilio cuando las medidas de sanidad ya fueron otras.

6 comentarios:

  1. Me siento muy identificado con tu narración. No sé si habrás tenido oportunidad de leer lo que escribí en "el color del maldito cristal" titulado "Circuito de golondrinas", en el que escribía sobre recuerdos de mi infancia y de como en los 40s, en pleno Eixample de Barcelona, todavía quedaban vaquerías. Mi madre, como la tuya, seguía los mismos pasos, hervirla, etc.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hice el ejercicio memorístico, con mi madre, de recordar viejos oficios ambulantes que parecen haber desaparecido y han surgido muchos, más de los que imaginaba. Creo que debemos recordar, tanto lo bueno como lo malo, no nos queda otra. No he tenido oportunidad de leer tu relato pero lo buscaré. Muchas gracias por leer y comentar mi breve relato.

      Eliminar
  2. Yo he bebido mucha leche recién ordeñada que nos traía a casa la lechera. Y que rica estaba. No como ahora que encima la bebemos desnatada y parece agua. Un abrazo

    ResponderEliminar
  3. Esa leche parecía alimentar más y curarnos todos los males, pero ahora todos somos intolerantes y estamos llenos de alergias. Gracias por leer mi breve relato. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Aquella leche era una delicia. Y la nata que quedaba tras cocerla, cuando se enfriaba, con azúcar sobre pan, era manjar divino.
    Por cierto esa ranita que ahora os sigue es Rosa Berros Canuria, aunque aparezca como Carga2 (es una cuenta de hace mil años totalmente obsoleta, pero el correo y la foto y todo es mío. Me hablaron de ti las amigas del Búho lector.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  5. Hola Rosa, muchas gracias por seguir mi blog. Es un placer saber que estás ahí. Esos sabores, como muy bien dices, se nos quedan en la memoria y son tan difíciles de olvidar, es más, me niego a dejar de recordarlos por eso escribo sobre esos oficios ambulantes que marcaron nuestra vida. Gracias por tu comentario y lectura. Un abrazo.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.